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Así como la marea al retirarse va dejando en la playa orlas paralelas de algas, así se advertían en los respaldos de los bancos de gutapercha roja series de capas de mugre, depositadas por la cabeza y espaldas de los jugadores, señales que iban en aumento desde el primer banco hasta el último, conforme se ascendía del inofensivo piquet al vertiginoso écarté, porque la hilera empezaba en el juego de sociedad, acabando en el de azar.

Como todo lo que yo prometo, aunque me esté mal el decirlo. ¡No sabe usted la alegría que me da con la promesa! Cuando te digo, Nieves, que hasta lo de Caparrota se compuso... y mira, mira, hasta lo de nuestro desayuno, que empezaba a darme mucho en qué pensar por su tardanza.

La casa se le caía encima. «Empezaba el calor porque don Víctor, en cuestión de temperatura, se regía por el calendario y ya se sabía que él no podía trabajar en su despacho en cuanto el sudor le molestaba; necesitaba el aire libre; mucho paseo, mucha naturaleza».

Confieso que, aunque iban mezcladas con risas, las calamidades del dicho hidalgo me enternecieron. Pregúntele cómo se llamaba y adonde iba y a qué. Dijo que todos los nombres de su padre: Don Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y Jordán. No se vio jamás nombre tan campanudo, porque acababa en dan y empezaba en don, como son de badajo.

Los pigmeos la habían dejado vacía después de llevarse las seis columnas de hierba prensada, obscura y picante que contenía su interior, tan altas como sus cuerpos. Esta caja iba á ser el féretro de la dulce Popito. Empezaba á ponerse el sol, cuando Gillespie pasó á la popa con la cajita en su diestra.

En un principio habían sonreído y hasta habían dejado escapar de sus labios alguna palabra galante; pero muy pronto cesaron las galanterías y se apagó la sonrisa. Todos concluyeron por brincar graves y silenciosos, como si una mano invisible descargase latigazos sobre ellos para que lo hiciesen. Marta cerraba de vez en cuando los ojos, y de esta suerte evitaba el mareo que empezaba a acometerle.

Hoy, cuando ya empezaba a impacientarme de la tardanza de Adela en pasar por el bosque, y recorría agitadamente el sendero que conduce a Valency, la he visto venir con el aire preocupado, la cabeza inclinada y el libro en la mano.

Sin embargo, el rastro había sido excelente, y habíamos gozado de un deporte muy bueno. Una vez que terminó la cacería, tomé un buen trago de mi frasco y partí a través del campo, en medio de la obscuridad que empezaba a tender su manto.

Los rugidos de las olas se amortiguaban y la brisa soplaba dulcemente como el hálito perezoso del que se prepara a dormir. Un silencio augusto y conmovedor empezaba a elevarse del seno de las aguas. En las cavernas de la roca, Marta dejó de percibir el grito acongojado que la asustara, y los truenos y ronquidos se habían ido cambiando lentamente en un glu glu suave y lánguido.

M. de Vignet, el amigo de mi hijo, ha estado aquí unos días, acaba de ser llamado a París por el embajador de Cerdeña, marqués de Alfieri, a quien Alfonso conoce muchísimo. Esto es buen augurio para el porvenir diplomático de este joven, quien empezaba ya a descorazonarse. ¡Ah! ¡cómo quisiera yo ver a mi hijo entrar pronto en una carrera tan digna de él!