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Actualizado: 4 de mayo de 2025
La misma Josefina, ídolo de aquel culto, no sospechó que bajo la pobre sotana del capellán de sus padres empezaba a realizarse el misterioso génesis que se cumple cuando el amor dice cerca de un alma: «sea hecha la luz.»
Cuando hablaban así, como otros dos hermanos del alma, empezaba la noche, retumbaban los truenos lejanos y vibraban en el cielo los relámpagos que a don Fermín le sorprendieron al entrar en Vetusta. Ana y Mesía estaban solos apoyados en el antepecho de la galería del primer piso, en una esquina de aquel corredor de cristales que daba vuelta a toda la casa.
Un torrente de lágrimas salió de mis ojos al pronunciar estas palabras: un torrente de lágrimas dulces, como son siempre las del agradecimiento. Después, más sereno y animoso, senteme en el fatal banquillo, y seguí contemplando la ciudad, que empezaba a romper las brumas que la envolvían para recibir de nuevo las caricias del sol.
Oye; acerca un poco la cara. ¿Sentirías mucho que el mar fuese poco a poco subiendo y llegase a cubrirnos? Ricardo se estremeció levemente. Echó una mirada en torno y observó que el agua empezaba a cerrar el istmo que unía la peña a la costa. Los ojos de Martita, cuando volvió el rostro hacia ella, brillaban con fuego malicioso y singular. Vámonos, que ya estamos casi cercados de agua.
Sí; era la única... ¡la única! Y lo dijo con una convicción que provocó en ella otra vez una sonrisa de lástima. La tenacidad de este hombre empezaba á irritarla. Capitán, le conozco bien. Es usted un egoísta, como todos los hombres.
Era un trabajador infatigable y desde el alba que empezaba su labor con la lectura de los diarios hasta altas horas de la noche y a veces hasta la nueva aurora que solía sorprenderlo cuando, como él decía, se hallaba engolosinado por algún estudio en que ponía toda su alma para transmitirla a los lectores que el obligado por las visitas de sus amigos a quienes recibía con solícito cariño.
La tempestad ya estaba lejos... los árboles continuaban chorreando el agua de las nubes, pero el cielo empezaba a llenarse de azul. Por decir algo, don Víctor dijo: Verá usted como esto repite a la noche.... Por allá abajo viene otro mal semblante... mire usted por entre aquellas ramas.... Vamos a bajar antes que vuelva el agua advirtió De Pas, que hubiera querido estar cinco estados bajo tierra.
También se puede asegurar, sin temor de que ningún dato histórico pruebe lo contrario, que Platón no era valiente, y que, a pesar de tanta baladronada, su reputación de braveza empezaba a decaer como todas las glorias de fundamento inseguro. En los tiempos a que me refiero, el descrédito era tal que la propia vanidad platónica estaba ya por los suelos.
Don Bernardino se descubrió también, aunque con suma impertinencia; se sentó en otro sillón con el mayor desenfado del mundo, puso un brazo sobre el respaldo del sillón y cruzó una pierna sobre la otra. Juan Montiño, que no había hablado una sola palabra, empezaba á amostazarse.
«¿Quién vivía en aquella casa? Yo. Tomás Rufete tenía por vecino en el piso tercero a un licenciado de la Guardia civil. ¿Se acuerda usted? Yo no. ¿Tampoco recuerda usted cuando se quemó esa casa? De eso tengo una idea; era yo muy niña. Mi hermanito empezaba a andar entonces. Mucho, mucho. Cuando se quemó la casa, Nicolás Font... ¿El guardia civil? Estaba enfermo de gravedad.
Palabra del Dia
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