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Pero, más allá de diez varas en radio, nada hacía sospechar su presencia. Sin embargo, a nuestro embozado debió parecerle una lámpara Edison de diez mil bujías, a juzgar por el cuidado con que se subió aún más el embozo y la prisa con que abandonó la acera para caminar ceñido a la tapia del patio en que las sombras se espesaban.

Cuando Crespo, al obscurecer, entró en la alcoba de Ana, la llamó en vano dos, tres veces.... Pidió luz asustado y vio a su amiga como muerta, supina, y sobre el embozo de la cama el pliego perfumado de Mesía.

Y se abalanzó al rostro del enfermo, besando la sudorosa frente. Pero la máscara barbuda y lívida que asomaba por el embozo de las sábanas permaneció inmóvil. El viejo prorrumpió en sollozos. Se acabó.... Esto es cosa hecha. Ya me lo ha dicho uno de los médicos, pero necesitaba verlo para convencerme.

La familia, consternada, apenas si mostró extrañeza por la presentación de estas dos mujeres en aquella casa donde nadie había entrado durante seis meses. Querían ver el niño, el pobre albaet; y entrando en el estudi, le contemplaron todavía en la cama, el embozo de la sábana hasta el cuello, marcando apenas el bulto de su cuerpo bajo la cubierta, con la cabeza rubia inerte sobre el almohadón.

Hubo de entrar mi sobrino a la pieza inmediata, donde se debía buscar la repetición y contar el dinero; yo imaginé que aquél debía de ser lugar más a propósito todavía para aventuras que el mismo puerto Lápice; calé el sombrero hasta las cejas, levanté el embozo hasta los ojos, púseme a lo obscuro, donde podía escuchar sin ser notado, y di a mi observación libre rienda que caminase por do más le pluguiese.

Digo, que para tener de tal modo calado el sombrero y subido el embozo cuando yo os hablo, debéis ser mucha persona. De hidalgo á hidalgo, sólo al rey cedo. Os habla el conde de Olivares, caballerizo mayor del rey dijo el otro caballero que hasta entonces no había hablado. ¡Ah! Perdone vuecencia, señor dijo el incógnito desembozándose y descubriéndose , es la primera vez que vengo á la corte.

, hija, , pues no faltaba más... Y solícito, cariñoso le ceñía el embozo de las sábanas a la espalda sonrosada, de raso, que él no miraba siquiera. Pero la Regenta notó luego que su marido estaba preocupado. ¿Qué tienes? ¿Tienes aprensión? Crees que estoy peor de lo que dicen... y quieres disimular.... No, hija, no... por amor de Dios... no es eso....

El embozado lo atravesó velozmente, y sin tirar del cordón de la campana pegó el oído a la puerta, y así estuvo inmóvil algunos instantes en escucha. Cerciorado de que nadie bajaba, tornó a la puerta de la calle y enfiló otra mirada por ella. Al fin resolviose a abrir el embozo y sacó de debajo de la capa un bulto que depositó en el suelo con mano temblorosa, cerca de la puerta. Era un canastillo.

Al soltar el embozo dejó ver su cuerpo, vestido con zamarreta peluda, estrechamente ajustada con cordones negros. Las patillas, las botas, la zamarreta, la aguileña y delgada nariz, los ojos de cuervo y la gravedad taciturna son rasgos suficientes a trazar sobre el lienzo o sobre el papel la inequívoca figura de Zumalacárregui.

Acudió luego el cura a quitarle el embozo, para echarle agua en el rostro, y así como la descubrió la conoció don Fernando, que era el que estaba abrazado con la otra, y quedó como muerto en verla; pero no porque dejase, con todo esto, de tener a Luscinda, que era la que procuraba soltarse de sus brazos; la cual había conocido en el suspiro a Cardenio, y él la había conocido a ella.