Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 12 de julio de 2025
El rey subió a un estrado más alto que los asientos de los demás; la princesa tenía su silla en un escalón más bajo, y miraba con susto a aquel hominicaco que le iban a dar para marido. Meñique, sereno como una rosa, abrió su gran saco de cuero, metió el mango en el pico, lo puso en el lugar que marcó el rey, y le dijo: «¡Cava, pico, cava!»
De mal talante y poco a poco llegó a subir Sancho, y, acomodándose lo mejor que pudo en las ancas, las halló algo duras y no nada blandas, y pidió al duque que, si fuese posible, le acomodasen de algún cojín o de alguna almohada, aunque fuese del estrado de su señora la duquesa, o del lecho de algún paje, porque las ancas de aquel caballo más parecían de mármol que de leño.
Las palabras de Beatriz en el estrado le volvían a la memoria. ¡Sí, era preciso dejar alguna vez la alcándara y volar hacia la heroica cetrería! A él mismo se le alcanzaba que no era airoso ligar su nombre al de aquella descendiente de ilustres adalides sin ofrecerla, primero, alguna bandera de nave mahometana, o una corona mural ganada en los asaltos de Flandes.
Y al día siguiente don Víctor Quintanar, de tiros largos, como el día de la primera visita, entró en el estrado de los Ozores. Venía a pedir la mano de Ana, «a quien creía no ser indiferente». «Daba aquel paso antes de lo que pensaba, porque acababa de ser ascendido; iba a Granada en calidad de Presidente de Sala y quería llevarse a su esposa, si su ardiente deseo era cumplido.
Y sírvale a usted de gobierno, por lo que pueda importarle. »No oí lo que me dijo en demostración de su contento, porque mientras un criado que había acudido a mi llamada le entregaba en el vestíbulo el sombrero y el bastón, yo buscaba, retrocediendo por el estrado, el camino del gabinete de mi madre, para darla cuenta del definitivo resultado de mis planes.
La contemplaba tal como se la había descrito muchas veces el «finado tío», en el estrado de su caserón de Salta, con ricas medias de seda, de las cuales cambiaba tres pares por día, mirándose con un orgullo de raza sus breves pies estrechamente calzados.
Los criados no ignoraban estas historias, y sus dedos habían temblado sobre los cerrojos cuando doña Guiomar ordenó que se abriesen las puertas para velar en el antiguo estrado de doña Brianda el cadáver de su padre. Era, sin duda, extraño el aspecto de aquel recinto.
Luego, Flimnap recomendó á todos los ocupantes del estrado gubernamental que mirasen al monstruo con los lentes de disminución que había traído un compañero suyo de la Universidad, profesor de Física, pues así podrían apreciarle tal como era.
De este modo vio Ojeda cómo se movía su amigo en el salón con aire de autoridad, cual si fuese el héroe de aquella fiesta, abriéndose paso entre las sillas para ir en busca de las artistas, inclinándose ante ellas con su «saludo de tacones rojos», dándolas el brazo para conducirlas al estrado y quedándose junto a la pianista o la cantante, al cuidado de sus papeles, e iniciando las salvas de aplausos.
El abad contempló desde su asiento en el estrado las dos hileras de monjes, cuyos rostros plácidos, rollizos y bronceados por el sol, con raras excepciones, y cuya expresión satisfecha, daban clara muestra de la vida tranquila y feliz que allí llevaban. Fray Diego fijó después su penetrante mirada en el joven religioso sentado frente á él y dijo: Sois el acusador, hermano Ambrosio.
Palabra del Dia
Otros Mirando