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Actualizado: 15 de junio de 2025


La mentada doña Dulcinea del Toboso, por su verdadero nombre Aldonza Lorenzo, gritaba a la par de Teresa Panza, al doliente caballero: ¿Qué os hice para que también os metierais conmigo, según se me ha dicho, en esas historias mentirosas que corren impresas por ahí?... ¡Nada os importa, ni a vos, ni al mundo, que yo huela o no huela a ámbar, que sea soberbia princesa o zafia labradora!...

Se sintió inclinado á ceder... Pero inmediatamente borró esta debilidad con el tono firme y breve de su voz: ¡Adiós, Ulises!... El capitán no le contestó, dejando que se alejase sin la menor palabra de despedida. Se hallaba ya el piloto junto á la puerta, cuando se detuvo para hablarle con una expresión doliente y afectuosa: No temas que diga esto á nadie... Todo queda entre los dos.

Pasé; pero luego todo me pareció alrededor feo y enfadoso, y volví a admirar, a «meditar» en silencio, su belleza, que me atraía por su esplendor potente y comprensible y también por no qué de fino y espiritual, de doliente y de afable, que brillaba y venía del alma.

El conocimiento de las substancias que procedentes de América llegaban á sus manos lo hacia con verdadera y entusiasmo, profundizando hasta donde lo permitían los conocimientos de la época, todo lo relativo á esos cuerpos, verdaderas novedades entonces, describiéndolos con gran minuciosidad y copia de datos, que revelan el criterio de aquel tiempo, y á la vez sagacidad de quien por vez primera tenía la fortuna de dar á conocer al público unos objetos que constituían casi en su totalidad una conquista de la ciencia y un nuevo consuelo á la doliente humanidad» .

No pensó en dormir aquella noche, y anhelaba que viniese el día para marcharse, porque el sentir la voz doliente de su marido producíale atroz martirio. Habría dado diez años de su vida porque lo que pasó no hubiera pasado. Pero ya que no lo podía remediar, ¡ojalá que las heridas de Maxi fuesen de poca importancia!

Con voz doliente murmuró una queja interminable contra el mar. Desde su entrada en el buque, la salud parecía haber huido de su cuerpo. Otros cantaban a todas horas, como si el aire salino y la inmensidad azul les diesen nuevas fuerzas, excitando su apetito.

Oyó el cielo su petición, y, cuando menos lo esperaba, oyó voces que decían: ¡Vitoria, vitoria! ¡Los enemigos van de vencida! ¡Ea, señor gobernador, levántese vuesa merced y venga a gozar del vencimiento y a repartir los despojos que se han tomado a los enemigos, por el valor dese invencible brazo! -Levántenme -dijo con voz doliente el dolorido Sancho.

Liette, desolada, pensaba ir a Amiens a consultar al doctor Duplan, joven profesor ya famoso en la región y condiscípulo del señor de Candore, pero ante la idea de semejante viaje la enferma ponía el grito en el cielo. Te lo ruego, hija mía, déjame morir en paz repetía en tono doliente: creo que no pido mucho. Lágrimas, razonamientos y súplicas, todo fue inútil.

A pesar de la expresión de tristeza que la envolvía por entero, los rayos del sol que se filtraban por el ramaje, ponían un nimbo de oro en torno de aquella fisonomía cándida y doliente. Corté unas violetas y se las di con palabras de ánimo, a las que ella respondió con una débil sonrisa.

Perdido el tino del sendero, cansada v doliente, la muchacha se agarraba ahora a su pedazo de vida negra, con instinto de juventud y de esperanza, como si no tuviera las manos desgarradas de los zarzales del camino...; ¡y era que en la hermosura pródiga de su tierra hasta las zarzas echaban flores!...

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