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Entraron en palacio, y al verse el corchete en un lugar donde no podía ser visto por los otros ministros del Santo Oficio, dijo al cocinero: De aquí no pasáis si no me dais lo que me habéis de dar. ¡Asesino! murmuró Montiño, y sacando cuatro doblones de oro los dió al corchete con el mismo dolor que si le hubiera dado un ala de su corazón. Esto es poco dijo el tremendo alguacil. No tengo más.

Esperad... esperad, que el negocio lo merece repuso el señor Gabriel con gran calma . Recordad; yo pido al tío Manolillo esta tarde mil y quinientos doblones por la vida de un hombre principal, que de seguro que es don Rodrigo Calderón; don Rodrigo Calderón tiene unas cartas de la reina que la comprometen, y esta noche va á casa de la señora María á pedir mil y quinientos doblones una dama, que aunque no la conocemos, debe ser principalísima. ¿No creéis que debe meditarse esto, señor Francisco? ¿No creéis que en esto danzan las cartas, la reina y el tío Manolillo, y tal vez la reina en persona...?

Encerrado en aquel aposento reservado que, como sabemos, tenía en su casa Francisco Martínez Montiño, se ocupaba en contar una gran cantidad de dinero que tenía sobre la mesa. Con un placer sin igual, apilaba los relucientes doblones de oro, y á otro lado los escudos y los ducados de plata.

Esta mañana dijo Juara , en la hora en que fuí á comer mi olla, encontréme con un criado de la condesa de Lemos, antiguo amigo y compañero mío. Este tal me dijo sin rodeos: traigo para ti treinta doblones. Pues quiera Dios que yo los pueda tomar, que harto bien me vienen repliqué , y los doblones no llueven así como se quiera; ¿de qué se trata?

Ya está visto esto, y apreciada la alhaja: vale mil doblones. ¡Mil doblones! No podía ser menos un regalo de rey. ¿Pero dónde te ha visto su majestad? Eso mismo pregunté yo á Montiño: ¿dónde me ha visto su majestad? ¿Y qué te respondió? Que no lo sabía. ¡Que no lo sabía! pero cuéntame desde el principio. Anoche, ya tarde, llamaron á la puerta.

¿Piensa vuesa merced gastar esos tres mil doblones? Y más que sea necesario. ¿Y para cuándo necesita vuesa merced presentarse á su majestad con su señora esposa? Hoy á las once. Rascóse una oreja con su trémula mano maese Longinos. Y son cerca de las nueve de la mañana. Es decir, que solo tenemos dos horas. Aprovechémoslas.

«Consistió esto en que cierto señor poderosísimo había interpuesto para con el rey sus buenos oficios, para con la familia del muerto, sus doblones, y en que, perdonado por la viuda y por los hijos, é indultado por su majestad, volvía al goce de mi empleo, como si nada hubiera acontecido.

Hizo una pausa, mondó el pecho, y, como un figurante, recitó el siguiente discurso: Hoy día, ¡voto a Cristo!, no hay escudo que defienda como el que suena en la bolsa, atambor que haga marchar mejor que los doblones, reales más lucidos que los de plata. Antaño se arriesgaba la vida por la gloria del rey, hogaño por su rostro acuñado en Segovia.

Mira dijo el otro sacando cuatro onzas y algunos doblones de un bolsillo grasiento. ¡Ah, marrajo! exclamó Aldama, mirando con brillantes y ávidos ojos el oro: dame siquiera una. Debo cuatro meses de casa y más de seis duros de prestado. Poco á poco: no hay que despilfarrar el tesoro del Rey dijo el Doctrino, guardándose majestuosamente en el bolsillo el erario revolucionario.

Cenamos juntos el Morito y yo; para las diez nos presentamos en la calle de los Doblones. El Morito estaba contento de intervenir en un asunto un poco misterioso como aquél. vigila le dije yo , y si pasa alguno, avísame. Descuide usted me contestó él. A las diez en punto se oyó ruido detrás de la reja; vi una vaga luz, después una falleba que chirriaba suavemente y una persiana que se abría.