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Actualizado: 11 de mayo de 2025
El Cojuelo se fué tras ellos, y la Academia se malogró aquella noche, y murió de viruelas locas. El Cojuelo, arrimándose al Alguacil, le dijo aparte, metiéndole un bolsillo en la mano, de trecientos escudos: Señor mío, vuesa merced ablande su cólera con este diaquilón mayor, que son ciento y cincuenta doblones de a dos.
Le abrió, y encontró quince doblones de oro de la cruz, una rica sortija y una cadena de diamantes. La duquesa lo adivinó todo.
¡Dice que vale trescientos doblones! exclamó y bien lo creo; esto es muy bueno, muy hermoso, ¿pero por qué me da tanto ese caballero? ¿si serán falsas estas piedras? Esperanza no durmió en toda la noche; al día siguiente se levantó muy temprano, y se fué á una platería. Un caballero que me solicita dijo al platero me ha dado estas joyas: yo he temido que sean falsas.
El ganado nos da leche y manteca y carne si la necesitamos: tenemos castañas abundantes que alimentan más que la borona y nos la ahorran durante muchos días; y esos avellanos que crecen en los setos de nuestros prados producen una fruta que nosotros apenas comemos, pero que vendida á los ingleses hace caer en nuestros bolsillos todos los años algunos doblones de oro. ¿Para qué buscar debajo de la tierra lo que encima de ella nos concede la Providencia, alimento, vestido, aire puro, luz y leña para cocer nuestro pote y calentarnos en los días rigurosos del invierno?
Y el señor Viváis-mil-años sacó una bolsa de malla de seda verde, con ricos pasadores de oro, y tan repleta, que casi reventaba. La mitad voy a contaros, continuó Viváis-mil-años, corriendo los pasadores de la bolsa y echando fuera con tiento los doblones para que no sonaran, y así no podréis decirme, si os perdéis, que os perdéis por mi provecho y no por el vuestro.
Que vale trescientos doblones. ¡Ah! ¡trescientos doblones! dijo Esperanza tomando con ansia la cadena. Ya conocerás que quien tanto te da debe amarte mucho. ¡Oh! ¡y qué buena suerte la mía, señor! No es la mía tan buena. ¿Por qué? yo... os quiero ya... os quiero bien. No lo dudo. Pero me parece que no me querrás tanto que me recibas esta noche.
Bueno será que repartan un poco entre los pobres que aquí estamos. Porque si usted no necesita de ese dinero, hay por aquí muchos infelices á quienes les vendrá muy bien. ¿Y piensas tú, botarate exclamó el capitán con ímpetu, que esos señores van á traer unos cuantos sacos de doblones y á toque de campana los repartirán como si fuesen avellanas?
Algunos Pursers son tan...usureros, por no usar de otra palabra, que cobran descuento hasta por las libras esterlinas. Muchos pasajeros son escamotados en el valor de la moneda, perdiendo el 5, el 8 y hasta el 10 por ciento del valor legítimo de sus doblones, porque la necesidad los obliga á aceptar la tarifa caprichosa con que se especula á bordo.
Entre tanto el cocinero del rey murmuraba abstraído y pensativo: Es muy posible que sea verdad cuanto ese bribón me ha dicho; yo no me fío de ninguno; un negocio redondo por otra parte, mil quinientos doblones de ganancia, como quien dice, de una mano á otra; pero el asunto es demasiado grave, y la prudencia aconseja no meterse de frente en él... mi sobrino postizo es hombre, según dice mi hermano, capaz de meter un palmo de acero al más pintado, y don Rodrigo Calderón, está en el banquete del duque... después se encerrará en su despacho, y saldrá allá muy tarde por el postigo... ¡Ah, señor sobrino! os voy á procurar una buena ocasión... una ocasión que os hará hombre.
Una tarde, al anochecer, al ir a entrar a la fonda, pasó por delante de mí la criada vieja de casa de doña Hortensia, la señora Presentación, y me dió una carta. Era de Dolorcitas. Me citaba para las diez de la noche; tenía que hablar conmigo. Me esperaría en la reja. Vivía en la calle de los Doblones, cerca de la Aduana. Toda mi ecuanimidad se vino abajo desde aquel momento.
Palabra del Dia
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