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Actualizado: 11 de mayo de 2025
No tenía en Madrid casa propia, aunque había tomado posesión de dos: de la de Dorotea primero; después y de una manera más completa, de la de su mujer. Don Juan había salido para procurarse un traje conveniente. ¿Pero dónde buscar aquel traje? Y luego, ¿con qué dinero? No tenía en el bolsillo más que algunos de los doblones que le había dado su supuesto tío.
PELAYO. Sancho, tente; Que siempre es consejo sabio, Ni pleitos con poderosos, Ni amistades con criados. SANCHO. Volvámonos a León. PELAYO. Aquí los doblones traigo Que me dió el Rey; vamos luego. SANCHO. Diréle lo que ha pasado. ¡Ay, mi Elvira! ¡Quién te viera! Salid, suspiros, y en tanto Que vuelvo, decid que muero De amores. PELAYO. Camina, Sancho; Que éste no ha gozado a Elvira.
¿Falsas? ¡eh, señora! si queréis ahora mismo por ellas doscientos doblones... ¿De veras? Tan de veras como que os los doy. No, no las vendo; quedáos con Dios. Y Esperanza volvió loca de alegría á su casa. Entretanto, el duque de Osuna decía á su mayordomo: Oye: ¿no tengo yo ninguna casa en Madrid desalquilada? Sí; sí, señor: en la calle de la Palma Alta tiene vuecencia una.
Eran onzas, doblones de a ocho, cruzados portugueses, montones de oro que sacaban anualmente de su encierro subterráneo para que se airease y solease. Y el alférez y su esposa vigilaban impasibles esta operación tradicional, como si su servidumbre removiese sacos de trigo para el consumo de la casa.
Sí, otro día, más despacio: por ahora lo que importa es que busques los mil y quinientos doblones que vale Calderoncillo, y que salgamos de él... créeme, mi buena señora: Dios es justo, y como se valió de un muchacho para matar á un gigante, se vale de dos locos para matar á un gran pícaro. Nada temas. Si el rey no es torpe, vendrá esta noche por esta misma puerta á visitarte. ¡El rey! le dije.
Ese rosario vale veinte doblones; lo regalo a la Virgen, pero con la condición de que me lo dejen matar a mí. LA MUJER. ¡Socorro, Dios mío! este muchacho me hunde las uñas en la carne. MUCHAS VOCES. ¡Silencio! ¡que se calle! UN HOMBRE. ¡Bravo! ya está aquí; ¿sabéis que el verdugo está más pálido que él?
Olvidado casi de la tragedia que dejaba a su espalda, dando su libertad por segura, y sin otro torcedor que el que iba renovando en su conciencia el recuerdo de sus amores con la morisca, malbarató las últimas joyas y vendió su embarazoso rocín, para juntar de esta suerte algunos doblones que le evitaran por algún tiempo las ruines urgencias del dinero.
Pues bien; yo os daré por su empeño tres mil doblones... Es que no se va á quedar empeñada aquí dijo el señor Melchor, que temía las iras de su mujer si el negocio se hacía con otro que con el señor Gabriel Cornejo.
Esas seis balas, hijos míos, son de sederías venecianas cuyas muestras podéis ver a la luz de este farol. ¡Ved qué hermosos colores! ¡y qué tejido tan suave y tan apretado! La pondremos a dos doblones la vara, hijos míos. ¡Oh! ¡padre mío! Tened en cuenta que ya está bendecida, hijos míos.
Pues bien; esta noche una dama muy principal, á lo que parece, ha estado casa de mi comadre la señora María; la que tan honradamente vive con el escudero su marido el señor Melchor, que tan hermosa era hace veinte años, que sigue aumentando sus doblones, empeñando y prestando con una usura que da gozo: ya sabéis que cuando la señora María necesita para sus negocios un dinero, viene á mí, como yo vengo á vos.
Palabra del Dia
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