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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Pepita amó a D. Gumersindo, como a su compañero, como a su bienhechor, como al hombre a quien todo se lo debe; pero la atormenta, la avergüenza el recuerdo de que D. Gumersindo fue su marido. En su devoción a la Virgen se descubre un sentimiento de humillación dolorosa, un torcedor, una melancolía que influye en su mente el recuerdo de su matrimonio indigno y estéril.
Es Ataide que en vano al asesino de su madre ha buscado en la pelea; Ataide, á quien dolor de las entrañas y el recuerdo tristísimo de Leila y de su suerte el torcedor cuidado en horrendo afanar le desesperan; es que la muerte, como bien supremo, por todas partes busca y no la encuentra.
No, de la infamia el torcedor recuerdo nunca el dolor y la vergüenza borran; nunca de la crueldad la horrenda imágen el sentimiento conturbado ahoga, ni el crímen de brutales apetitos en las alas del tiempo se evapora. ¿Qué fué de aquella triste, profanada entre el horror de noche tormentosa, al resplandor del implacable incendio que las cabañas míseras devora, muertos los padres, los hermanos muertos, al pié de la tajada escueta roca que vecina á la playa de Almuñécar, eternas baten las inquietas olas?
Y sin embargo, y aquí entra lo más patético de mi cuento, si bien era cierto que Echeloría y Mutileder estaban enamorados el uno de su reina y de su rey la otra, ambos sentían, en medio de la embriaguez del nuevo amor, pesar tremendo, torcedor horrible en la conciencia, y pasión de ánimo, que amenazaban matarlos.
Me gustó... me enamoró... eso sí... yo estaba enamorado... y como creí que la gazmoñería era sal y pimienta que haría más picante y sabroso el logro de mi deseo, y que luego se disiparía, insistí, porfié, hice diabluras... sí... hice diabluras: creé dentro de su conciencia un infierno espantoso; por un liviano y fugitivo deleite dejé en su espíritu un torcedor, una horrible máquina de tormento, que sin cesar le destroza el pecho, diez y siete años hace. ¡Como tengo este carácter tan jocoso!... Las cañas se volvieron lanzas.
Todo el empeño de don Juan estribaba en persuadirse de que el tal matrimonio le tenía sin cuidado, a pesar de lo cual la hipótesis iba tomando amarga intensidad de torcedor. ¿Lo habría callado todo, engañando a un hombre o, por el contrario, le confesaría su pasado? Si lo primero, era infame y despreciable; si lo segundo, necia y sinvergüenza por unirse a quien tales tragaderas tuviese.
Holgáronse de ello los padres y deudos de ambas familias, pero la novia dio en estar de adelante melancólica y pensativa; las galas servíanla de un torcedor y su trage era un vestido de luto.
Pero la espina la llevaba en el corazón; reconocía que el cargo de magistrado es delicadísimo, grande su responsabilidad, pero él... «era ante todo un artista». ¡Aborrecía los pleitos, amaba las tablas y no podía pisarlas dignamente! Este era el torcedor de su espíritu.
Su primer beso fue para su padre; su primera mirada fue para su prometido. Los dos sintieron a un tiempo el torcedor de los celos. Querido Amaury dijo el señor de Avrigny, hoy eres mi prisionero y tenemos que pasar juntos el día haciendo proyectos, y forjando novelas... Digo, dando por supuesto que quieras admitir en tu intimidad, a un padre tan déspota como yo.
¡Madre! ¡Cuán dulce entre mis labios suenas, oh nombre idolatrado! ¡Cuántos recuerdos en mi mente agitas! Torcedor y consuelo de mis penas, de santa idolatría enajenado, he querido mil veces escribirte, y mil veces las letras he borrado.
Palabra del Dia
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