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De esta suerte cavilaba Poldy, forjando y desbaratando casos fantásticos. Era como el niño que se entretiene en levantar con esmero y conservando bien el equilibrio un alto y complicado castillo de naipes, y luego le derriba para divertirse y jugar levantando otros. En suma; Poldy no sabía a qué atenerse ni por qué decidirse.

Morsamor se sentía también más a gusto que en tierra, lleno de esperanzas y forjando en su mente los más audaces y ambiciosos planes. En cuanto a Tiburcio eran de maravillar sus conocimientos náuticos, su alegre humor y su útil actividad a bordo. Por la traza seguía pareciendo mancebo de menos de veinte años, mas por las acciones podría suponérsele viejo y experimentado navegante.

Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños, quedé allí, cual antes nadie los soñó, forjando sueños; más profundo era el silencio, y la calma no acusaba ruido alguno... Resonar sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora yo me puse a murmurar, y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora!... esto apenas, ¡nada más!

Sinagogas; mezquitas; alminares que sirven de torres á iglesias cristianas; Puertas tan notables como la del Cambrón, que compendia toda la historia de Toledo, pues en ella han puesto mano Wamba, los moros y Carlos V, ennobleciéndola más y más con cada restauración; ruinas de Palacios tan interesantes, respectivamente, como los que habitaron D. Pedro el Cruel y D. Enrique de Trastamara; murallas del tiempo de D. Rodrigo; el Baño de la Cava; la Capilla mozárabe de la Catedral; la gran Fábrica de Armas, donde se siguen forjando y templando espadas como las que nos valieron tantas victorias en otros días; El Cristo de la Vega de la leyenda de Zorrilla; la romántica Plaza del Zocodover; la Posada de la Sangre, contemporánea de Don Quijote; ¡qué yo cuántas cosas me han entusiasmado durante mi estancia en Toledo!.....

Su primer beso fue para su padre; su primera mirada fue para su prometido. Los dos sintieron a un tiempo el torcedor de los celos. Querido Amaury dijo el señor de Avrigny, hoy eres mi prisionero y tenemos que pasar juntos el día haciendo proyectos, y forjando novelas... Digo, dando por supuesto que quieras admitir en tu intimidad, a un padre tan déspota como yo.

Este amor fervoroso que profesaba a los increíbles adelantos de la época presente, y la lucha que dentro y fuera de casa sostenía a todas horas contra los amigos de la tradición, le impulsaban en ocasiones a valerse de armas prohibidas, como eran, por ejemplo, el exagerar el poder de la industria moderna, forjando nuevas y estupendas empresas que él daba por comenzadas, cuando a nadie se le habían pasado aún por la cabeza.

Gemían unas, suspiraban otras, y se secaban los ojos muy á menudo con la orilla del delantal, ó con el dorso de la mano, mientras hormigueaban entre ellas los muchachos con el escozor de la curiosidad. Hablaba él con todos sin mirar á nadie, forjando los secos razonamientos á empellones, como si derribara las palabras de sus hombros y les diera el acento con los puños.

Entre tanto, yo no podía apartar los ojos del archipiélago en el cual me iba forjando la fantasía todo cuanto puede concebirse en materia de líneas y de formas: el templo ojival, el castillo roquero, la pirámide egipcia, el coloso tebano, el paquidermo gigante... No había antojo que no satisficiera la imaginación a todo su gusto en aquellas sorprendentes lejanías.

Verdad incontrovertible era para él cuanto está contenido en las sagradas escrituras, interpretadas recta y autorizadamente por los santos Padres, por los concilios y por la cabeza visible de la Iglesia; pero, con independencia de esta verdad, contra la cual nada podía prevalecer, veía el Padre Ambrosio una amplia extensión, un inmenso y casi ilimitado campo, por donde la inteligencia, la voluntad ansiosa de descubrir misterios y hasta la fantasía creadora que forjando hipótesis tal vez los explica y los aclara, podían volar libremente, sin ofender a Dios, antes bien, ensalzándole y glorificándole hasta donde es capaz de ello la pobre criatura humana.

En suma, don Braulio, melancólico por temperamento, poco favorecido de la fortuna, y enamorado y celoso sin saber de quién, deliraba acaso forjando teorías; pero no dejaba que dichas teorías trascendiesen a la práctica, y parecía, a la vista del más lince, como un empleado modesto, que sabía todo cuanto importaba saber y hacía cuanto importaba hacer para ganar el sueldo en conciencia y no estafar al Tesoro público o tomar las oficinas por hospicios destinados a gente de levita o a mendigos de privilegio.