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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Poco después hizo entrar en la trastienda á don Juan, guardó cuidadosamente el estuche con la sortija en un armario, y del mismo armario sacó un talego, le puso sobre una mesa, contó, y un montón de oro, representando los tres mil doblones, apareció sobre la mesa.
Antes de entrar en ella, sacó á bulto de uno de los anchos bolsillos de sus gregüescos uno de los estuches más pequeños, y le abrió. Contenía una gruesa sortija de oro con un grueso diamante. Puede que valga esta joya... pediré mil doblones, y ya veremos.
Lo haremos á medias, ó mejor dicho á tercias, entre vos, la señora María y yo: quinientos doblones cada uno. ¿Y para eso me habéis buscado, me habéis entretenido y me habéis mentido tanto? dijo levantándose Montiño con visibles muestras de despedir á Cornejo.
¿Quieres callarte, pelmazo?... ¿Vas á empezar con las simplezas de siempre? ¡Que sí, niña, que sí! profirió Velázquez bajando la voz y avanzando el cuerpo hacia ella hasta meterle las alas del sombrero por los ojos. Que eres más rica que los doblones de á cuatro, más salada... Vaya, niño, déjame el alma quieta y no me saques los ojos con el sombrero, que aunque no son bonitos á mí me hacen avío.
Un recibo de tres mil y doscientos doblones, por los tres mil. En buen hora. Pero... dijo el señor Melchor, que temblaba presintiendo las iras de su cónyuge. ¿Qué tenéis vos que ver en esto? dijo don Juan ; asunto concluído: extendamos los recibos. El señor Melchor se calló. El señor Longinos puso sobre el mostrador papel y tintero, y los respectivos recibos se extendieron dictándolos el platero.
¿Y por qué? ¿Acaso me vendréis á decir, á quererme hacer creer que la señora María y vos no tenéis mil y quinientos doblones? La dificultad no es el dinero, sino la seguridad de él; nosotros no conocemos la letra de la reina, y vos... Yo no la conozco tampoco. Señor Francisco, vos sois más en palacio que cocinero del rey. ¡Y bien! ¿Qué? no quiero meterme en este negocio.
Sigamos, sigamos dijo el confesor del rey con voz ronca . Le casé, y al pedirle su nombre, me dijo: don Juan Téllez Girón. Como que lo sabía... como que abrió el cofre y dentro encontró papeles, y una carta del duque de Osuna, en la que le llamaba su hijo, y un tesoro en joyas y en buenos doblones de oro, que es lo que queda únicamente en el cofre, porque los papeles y las joyas se las llevó.
Es un equipaje completo; el cofre pesado que estaba en el armario está en el cajón del coche, y ésta es la llave; he puesto además un talego lleno de ducados y otro de doblones de á ocho en el mismo cajón. Bien, bien, Díaz; que esté todo dispuesto para marchar. Cuando salga yo con esa dama, cierra esta casa y vete; si pregunta alguien dónde estoy, responded que me he ido á caza.
Buscad un veneno; cuando habéis venido aquí, ¿no habéis venido resuelto á obedecerme? Sí. Pues bien, tomad todo ese dinero, tomad más si es necesario. Ahí deben quedar sesenta doblones. ¿Habrá bastante? Sí; sí, señora. Pues tomadlos. El cocinero tomo maquinalmente el dinero y le guardó.
¡Bah! bien lo ha querido y me ha ofrecido dinero. Pero poco; ¿no es verdad? Es muy mísero. Vamos, yo soy muy rico y muy generoso: ¿quieres ser mi querida? ¡Señor! No tendrás que casarte contra tu voluntad, y mucho menos con ese escuerzo de Cosme Prieto. ¿Pero qué dirán mis padres? Vamos, toma esta buena bolsa de doblones de oro. ¡Señor! ¿No la quieres? Sí; sí, señor. Pues entonces tómala.
Palabra del Dia
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