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Acuérdese usted de aquel gran filósofo que expiró en una cruz dejando consagrados los principios de la Humanidad. ¡Qué principios ni qué...! ¿quiere usted marcharse de aquí, so chinche?... Vaya que es de lo más pelmazo y cargante y apestoso que he visto. Siempre que estoy angustiado me sale con esos retruécanos. Amigo mío, mucha calma.

De repente, ¡ay!, cree que le clavan un dardo. Bajando por la calle Imperial, en dirección al gran pelmazo de gente que se ha formado, viene Juanito Santa Cruz. Ella se empina sobre las puntas de los pies para verle y ser vista. Milagro fuera que no la viese. La ve al instante y se va derecho a ella. Tiembla Fortunata, y él le coge una mano preguntándole por su salud.

¿Quieres callarte, pelmazo?... ¿Vas á empezar con las simplezas de siempre? ¡Que , niña, que ! profirió Velázquez bajando la voz y avanzando el cuerpo hacia ella hasta meterle las alas del sombrero por los ojos. Que eres más rica que los doblones de á cuatro, más salada... Vaya, niño, déjame el alma quieta y no me saques los ojos con el sombrero, que aunque no son bonitos á me hacen avío.

No seas pelmazo, hombre; ya sabes que Soledad no se divierte bailando dijo Paca á su consorte. ¿Y por qué no se ha de divertir, haciéndolo con tanto primor? insistió el señor Pepe. Pues porque no se divierte. ¿Te figuras que va uno á gozar con lo que á otro se le antoje? Bien está; pero aunque no se divierta, Soledad es muy amable y le gustará que sus amigos se diviertan.

Que se te quite, hija. Tengo un alma de la cual he de dar cuenta á Dios, y no he de faltar á mi Pepe por nada ni por nadie en este mundo. Porque ahí donde le ves tan pesadote y tan pelmazo, y que parece que se le pasea el alma por el cuerpo, es un hombre que sabe distinguir, ¿entiendes?