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Actualizado: 29 de junio de 2025


José I salió con esto muy contrariado del Archivo de Indias, y aunque empleó parte de la tarde en recorrer algunas fábricas particulares para inspirar simpatías á los obreros, notósele desde luego un mal disimulado enojo.

Mandola acostar, y entretanto, pasó el farmacéutico a la sala, haciendo que atendía al juego de las damas. No podía tener tranquilidad mientras Maxi estuviera allí, ni se fiaba de sus apariencias resignadas y filosóficas. Con disimulo, y fingiendo que le hacía cosquillas, por jugar, le tocó los bolsillos, temeroso de que llevara algún arma. Pero nada encontró en su disimulado reconocimiento.

No lo niego. Ambos rieron con alegría, embromándose cariñosamente, mecidos en dulce fraternidad que los hacía felices. Cecilia se retiró al fin. Antes de llegar a la puerta se volvió, preguntando con timidez, donde apuntaba un vivo y mal disimulado deseo: ¿Quieres que te haga yo la cura?... Debes estar molesto... El joven vaciló un instante. Temía ofender el pudor de su hermana política.

Y al cabo, un solo dia de camino se pasa de cualquier modo. ¡Hola! va U. de largo? me dijo con interes disimulado. Hasta Valladolid. Pues nosotros tambien. Mucho lo celebro. Gracias, Señor, respondieron á una. ¿Y...la señorita sobrina de U. no se fatiga mucho en diligencia? Algo, es verdad; pero el viaje distrae siempre, y la paciencia hace lo demas, dijo la hermosa castellana.

Por último, aquel empecatado de don Alvaro, aunque tenía tan egregia y bella esposa, se dejaba llevar a menudo de las más villanas inclinaciones, y en una o en otra de sus dos magníficas caserías alojaba con mal disimulado recato a alguna daifa, por lo común forastera, que había conocido y con quien había simpatizado, ya en esta feria, ya en la otra.

Me di a cavilar que con mis favores amistosos, aunque concedidos sin malicia, con mi dulce abandono cuando le tenía a mi lado, con el mal disimulado placer con que yo oía sus requiebros, y hasta con mi reír y burlar cuando me hablaba de su cariño, había sido yo una desalmada coqueta, que había robado la tranquilidad de aquel señor excelente y había levantado en el mar pacífico de su ya fatigado corazón la más deshecha borrasca.

Algo había en él de ridículo, pero estaba tan hondo y bien disimulado, que era menester penetrar mucho para que se descubriese. Tenía él cerca de setenta años, pero no estaba ni muy grueso ni muy flaco, era ágil y esbelto, no se pintaba la cara ni se teñía la barba ni el pelo, cuya limpia blancura despedía resplandor argentino.

Usted no lo creyó porque no veía el mal que interiormente le mataba. Su sobrino de V. es harto sufrido y sabe disimular. ¡Ojalá no hubiera disimulado tanto y hubiéramos podido llegar a tiempo! ¿Qué, entiende V. que no es tiempo ya? Señor D. Acisclo, usted quiere de corazón a su sobrino; pero usted es valeroso y entero de alma. ¿Para qué rodeos? Menester es que lo sepa V. todo.

El Padre Hurtado, enemigo de antesalas, frunció ligeramente el entrecejo, pero contestó; Que pase. Pocos momentos después, se presentaba un individuo, cuya descripción es ocioso hacer, pues era como miles otros: de cuarenta años, poco más o menos, sano al parecer, y pobre, puesto que el dinero, según reza el refrán, no puede estar disimulado. Buenos días, Padre.

Llegose en esto á disimulado Un mi amigo, llamado Promontorio, Mancebo en dias, pero gran soldado. Creció la admiracion viendo notorio Y palpable, que en Napoles estaba, Espanto á los pasados acesorio. Mi amigo tiernamente me abrazaba, Y con tenerme entre sus brazos, dixo: Que del estar yo alli mucho dudaba. Llamóme padre, y yo llamele hijo.

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