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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Lo que disgustaba á don Marcos era no poder hablar de esto ni de los peligros de la ofensiva cuando estaba en Villa-Sirena. Los amigos del príncipe vivían como huéspedes de hotel. Su número sólo era completo en las primeras horas de la mañana. Rara vez se sentaban todos á la mesa. Una fuerza exterior parecía buscarles dentro de la «villa», empujándolos hacia Monte-Carlo.

Entra en casa como amigo y nada más, etcéteraLas sonrisas maliciosas y la expresión de reserva que acompañaban a estas respuestas decían bien claro que a las niñas no les disgustaba la broma. Doña Gertrudis se había dormido. Don Mariano y sus prosélitos seguían recorriendo de un cabo a otro el salón, enfrascados en profundas disquisiciones acerca de la baja probable de la propiedad inmueble.

Sin embargo, fui a verla todos los días mientras duró su enfermedad, luego algunas veces a la semana... Amparo se mostraba silenciosa, retraída, como cohartada, delante de . Yo veía en aquel encogimiento, orgullo, altivez, pesar de verse obligada a aceptar mis beneficios. Esto me disgustaba.

Si quiere de lo mío... respondió la muchacha sonriendo. Bueno; a ver ese pan tuyo. Se fué a la cocina. La criada levantó la tapa de la masera, y don Mateo sacó un medio pan de centeno, bastante negro. Este pan moreno en otro tiempo no me disgustaba dijo cortando un pedazo. ¡Viva la gente morena! añadió paseando por la boca un bocado de miga, pues con la corteza hacía años que no se atrevía.

Además, me disgustaba que supieras lo que hacía... ¿Qué habrías pensado de tu madrina si ésta te hubiera escrito: «Estoy empleada en casa de la señora Boel, una amable mujer que recibe desde las ocho de la noche hasta las tres de la madrugada a los caballeros que buscan un alma hermana metidita en carnes...?» Habrías dicho para tus adentros: «¡Es una perdida...!» Y no me hubieras contestado más.

Aunque no le llevase más de tres o cuatro años, Nuncita, por la costumbre adquirida, por debilidad de carácter, o por ventura porque no le disgustaba aparecer más joven en presencia de la gente, reconocía la jefatura de su hermana y la obedecía con una sumisión que envidiarían las madres para sus hijas.

Halló a su yerno menos recalcitrante de lo que ella esperaba; a él mismo no le disgustaba el no afrontar la presencia de su mujer tan en seguida concediendo que tal vez por simples sospechas había procedido con demasiada ligereza e ido demasiado lejos.

Y volviendo la cabeza hacia el interior obscuro y silencioso de la casa escuchó también con atención profunda.... , él oía algo... era el choque de las monedas, pero el ruido era confuso, podía conocerse sabiendo antes que estaban contando dinero... pero desde la calle no debía de oírse nada... era imposible.... Mas la idea de que la alucinación del borracho coincidiese con la realidad le disgustaba más todavía, le asustaba, con un miedo supersticioso....

Quizás media docena de veces. Cuando las recibí y las probé, vi que no me estaban bien. Pero pensé: «¡Si se las devuelvo al pobre Belarmino, creerá que es manía.» Y me las puse, para ensayar si se adaptaban al pie. Imposible. Pues no conforme con esto, y porque me disgustaba devolvértelas, ensayé otros días, no más de seis veces, hasta que, a pesar mío, me convencí que no me sirven.

Durante los días siguientes, Tirso guardó idéntica reserva: no salía, hablaba de cosas indiferentes, rehuyendo toda conversación sobre su pasado, esquivando rasgos de intimidad y haciendo como que no oía lo que le disgustaba.

Palabra del Dia

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