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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Si Esteven intervenía, pronto a castigar una travesura o una inconveniencia, acudía la señora en defensa del reo: Déjalo, Bernardino, no me toques a los niños, no quiero que les digas nada; ¿vas a pretender, acaso, que se porten como personas mayores?
Tan imprudente, ¡sí!... ¿Pero tú no observas qué afán tiene de hablar aparte con él, el placer que experimenta cuando todo el mundo la ve colgada de su brazo?... No me digas nada... Ya sé, ya sé que es pura vanidad. Toda su vida ha tenido el mismo carácter orgulloso y fantástico. Aunque no quieras convenir en ello, bien lo sabes.
Es que como te veo tan entusiasmada... Vamos, no digas disparates. ¿Qué tiene de particular que hable un instante con Paco? Me parece que después del tiempo que llevamos en relaciones ya podías tener alguna mayor confianza en mí. Sí la tengo, querida mía repuso suavizándose de repente, pero no se pueden evitar ciertos impulsos de celos que nacen, sin saber cómo, en el corazón.
Es verdad lo que has dicho. ¿Cómo es que todo lo sabes y todo lo averiguas? dijo Isidora, rompiendo a llorar . Augusto, ten compasión de mí. No, no me digas cosas...
La otra meneaba vivamente la cabeza, intentando decir entre sollozos: No..., no..., no... Es que Pepe... Pues bien, ¡no le digas nada!... ¿Quieres tú que vaya?... Pues iré, iré de mil amores... ¿Cómo había yo de imaginarme que iba a causarte esa pena?
Valentina se había puesto el ramo en la cintura con una coquetería innata, y alborotaba toda la casa mostrando mis flores como una maravilla. ¿Qué te ha regalado don Camilo? le preguntó Martín. Un álbum con su retrato. ¡Si vieras qué cache está el pobre! Niña, no digas eso le decía la madre. Sí, mamá, ¿por qué no lo he de decir?
Pues qué, ¿no soy buen cristiano? Lo eres. Es una de las partes que más aprecio en tí. Por eso confío en que pienses que voy á ser esposa de otro y no desees nada. Sólo el deseo es ya pecado. Acuérdate de los mandamientos. Oye, ¿y está en mi poder no desear? Sí. Cállate; no digas nada á nadie, ni á tí mismo, cuando desees, y el silencio matará el deseo. Me matará á mí antes.
Vé a traer la comida y nada digas a nadie sobre la presencia del Rey en esta casa. Volvió a los pocos momentos llena de curiosidad. ¿Y Juan? le pregunté, empezando a comer. ¿Qué tal está? Apenas le vemos ahora, señor. ¿Por qué? Yo le dije que venía por aquí muy a menudo. ¿Es decir que está enfadado y se oculta? Sí, señor. ¿Pero tú puedes hacerlo volver por aquí? Es muy probable... ¡Oh, sí!
¡Y que lo digas, Joyana! respondió el interpelado dirigiendo sus ojos á Nolo y Demetria que allá lejos proseguían su plática amorosa. ¿No sería lástima que un caramelo tan rico cayese en la boca de este zángano de la cara de pan? volvió á decir Joyana apoyando su proposición con una blasfemia.
Pues ha alquilado el cuarto de la izquierda de la casa en que vas a vivir; el tuyo es el de la derecha. ¡Bah!... no digas desatinos replicó Fortunata, queriendo echárselas de valiente. Deslizose de sus rodillas al suelo la falda de gro negro que estaba arreglando. «Como lo oyes, chica... Allí le tienes. Desde que entres en tu casa, le sentirás la respiración». Quita, quita... no quiero oírte.
Palabra del Dia
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