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Actualizado: 24 de mayo de 2025
En fin, por ahora seguiré tu consejo. Sin embargo, a pesar de esto, quiero resueltamente que me digas dónde vivís; yo no pareceré por allí, pero necesito saberlo. Y vive tranquila; lo que a ti te trae cuenta es estar a bien conmigo. Conque habla, pimpollo.
Cierra esa bocasa de infierno, condenao, o te vas a la calle. Aquí no digas esas cosas, demonio... ¡Si no te conosiese! ¡si no supiera que eres un güen hombre! Y acababa por reconciliarse con el banderillero, pensando en lo mucho que quería a su Juan, recordando lo que había hecho por él en momentos de peligro.
¿Y se ponían de acuerdo sobre lo que convenía decir y hacer? ¿No han maniobrado bien? Maravillosamente. Debo, en realidad, mucho al uno y al otro por lo que han hecho y dicho, pero toda vez que estaba en el programa que yo no supiera nada, supongamos que nada sé todavía. No digas una palabra, ni á Mauricio, de tu amable y afectuosa confidencia.
¡Es horrible, horrible! ¡Quisiera no haber nacido!... ¡No digas eso, criatura! El mundo hubiera perdido la gracia de tu presencia en él. Pero cálmate, no te sofoques, no te aflijas. Siéntate y... cuenta, cuenta. ¿Qué te sucede? Que se me ha declarado... ¡ay de mí!... ¿Ay de tí? ¡Ay de él, en todo caso!... Pero ¿quién? ¡Quién ha de ser! ¡¡El rey de los «cipreses»...!!
Lo menos le han quedado al padre después de mantener la casa cincuenta mil pesos. ¿Pero es tanto, Fabriciano? Entonces veinticinco mil pesos son de la madre. ¡Y que lo digas, amigo! No vayas a figurarte que nos dará menos el padre. ¡Que yo os voy a dar veinticinco mil pesos! exclamó Barragán trémulo . Ya quisiera tener para mí esa cantidad. ¿Sabéis lo que os digo?
«Mamá, por las llagas y por todos los clavos de Cristo, no me traigas acá a Aparisi... Ahora le da porque todo ha de ser obvio... obvio por arriba, obvio por abajo. Si me le traes le echo a cajas destempladas». Vaya, no digas tonterías. Puede que entre a saludarte; pero saldrá en seguida. ¿Quién ha entrado ahora?... ¡Ah!, me parece que es Guillermina. Tampoco la quiero ver.
Yo iré a verle cuando salga de aquí; pero es necesario que me digas donde vive. Amparo se levantó y escribió las señas que me entregó. Tenía un precioso carácter español. Escribes muy bien la dije. Es mi obligación. ¿Se olvida usted de que soy maestra de escuela? Quisiera verte entre las niñas. Eso no puede ser.
Juan, calla, o vete. ¡Déjame! La culpa es tuya. Tienes un modo de mirar que me estremece. Como cuando pasa un pájaro aleteando sobre el agua, y parece que el agua tiembla... ¡No te rías! Pues agallado. No digas tontunas: ¡ni que estuviéramos en escena en el teatro! ¿Qué teatro? ¿Quién te ha hablado nunca con la sinceridad que yo? Si hasta se me olvida lo que pienso lejos de ti.
Es un amigo... Un amigo, ¡pues!... que lo distingo de los demás... que le tengo cierta simpatía... ¡Vaya por el amigo! exclamó bondadosamente el confesor. Y este amigo te escribe cartitas y tú las contestas á hurtadillas de mamá. No digas que no: no mientas... ¿Callas?
Algo falta, señor, observó Roger, y si me lo permitís.... Escribe lo que gustes, Roger, y agrégalo á mi carta, que cuanto digas habrá de ser interesante y agradable para mi señora la baronesa.
Palabra del Dia
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