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Actualizado: 4 de junio de 2025


En cuanto a tu vejez, a tu obscuridad y a tu pobreza, me enamoran más, bien lo sabes, que la juventud, la brillantez y la riqueza en cualquiera otro. Si algo vale mi cariño, baña en él tu alma y te sentirás remozado. ¿No me hablas a veces de la dulce luz de mis ojos? Pues ilumina con esa luz tu obscuridad. ¿No afirmas que mi cariño es un tesoro?

En el hogar doméstico apacible, Nido de la quietud, Sentirás un perfume penetrante, Ese es de tu hijo el corazon amante Impregnado en tu amor y tu virtud. Asi sucede en la colmena rota Cuando el invierno asolador agota La balsámica miel: Siempre queda el perfume, y mas nutrida Llega á encontrarla estacion florida Rica con los productos del vergel.

Veo con satisfacción que estás muy animado. Ya no dudo de tus bríos espirituales. Pero, aunque el espíritu sea fuerte, la carne flaquea, y es menester que se fortalezca tu mísera carne. Así, antes de remozarte, a par que sientas el deseo en el alma sentirás en tu cuerpo debilitado ya por los años el prurito de que se remoce.

Toma, pícaro, toma, ¡ajo! ahora conocerás lo que es tener hambre... no, siento que no lo sepas todavía, porque te queda la estancia, pero, ya te llegará tu San Martín, como a los chanchos... Lo principal, que es el primer paso, está ya hecho: el Bernardino, patas arriba y el ministril aquel de las uñas largas, boca abajo; la tierra tiembla: mira, Quilito, ponte como los gauchos o los indios, la oreja contra el suelo, y sentirás un rumor así como de muchos caballos que galopan: es la vanguardia de la revolución, que se anuncia, que se armará pronto... ¡ay! ¡qué gusto! ese día, cuando el bochinche esté en lo mejor, atrapo al doctorcito Eneene... no, lo que es a ese nadie me lo toca, es mío... y con unas buenas tijeras le podo las uñas, cortándole hasta raíz de las yemas; le pongo un bonete con un murciélago pintado y un letrero que diga: ¡por ladrón! y a patadas, amarrado codo con codo, le llevo a la plaza Victoria y allí, delante del respetable público, le ensarto en la lanza del muñeco de la Pirámide; ¿qué tal? qué bueno sería, ¡ajo!

Dentro de ti, dentro de , en los nervios, en la carne, en la sangre de nosotros todos, hay un fermento que nada ni nadie podrá calmar: cuando tengas hambre, te cebarás; una vez que hayas comido, te sentirás saciada. Fuera de esta verdad no hay otra.

En el fondo de su alma debe alegrarse y de fijo se alegrará de verse libre de nosotras. Lo que es bien yo que me quieres un poquito y que sentirás algo mi ausencia. No me olvides. Guarda de tan dulce recuerdo como el que yo de ti guardo. ¿Quién sabe? Ya nos volveremos a encontrar algún día.

En la cruz está la salud, en la cruz está la vida, en la cruz está la defensa de los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad.... Toma pues tu cruz, y sigue a Jesús.... Mira que todo consiste en la cruz, y todo está en morir; y no hay otro camino para la vida y para la verdadera paz que el de la santa cruz y continua mortificación.... Dispón y ordena todas las cosas según tu querer, y no hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza; y así siempre hallarás la cruz, porque o sentirás dolor en el cuerpo, o padecerás tribulación en el espíritu.... Cuando llegares al punto de que la aflicción te sea dulce y gustosa por amor de Cristo, piensa entonces que te va bien, porque hallaste el paraíso en la tierra...».

Pues ha alquilado el cuarto de la izquierda de la casa en que vas a vivir; el tuyo es el de la derecha. ¡Bah!... no digas desatinos replicó Fortunata, queriendo echárselas de valiente. Deslizose de sus rodillas al suelo la falda de gro negro que estaba arreglando. «Como lo oyes, chica... Allí le tienes. Desde que entres en tu casa, le sentirás la respiración». Quita, quita... no quiero oírte.

El viento de la noche, que golpeaba las hojas de la ventana, me murmuraba: «¡Es necesario! ¡es necesarioAl mismo tiempo una voz ligera, suave y acariciadora como una melodía, me decía: «Lo verás otra vez, sentirás su mano en la tuya, oirás el sonido de su voz, quizá oirás hasta su risa; ¿no es la felicidad lo que vas a llevarle, la felicidad de su vida

Arrastró a su hija hacia aquélla, exclamando: Ven, Laura, ven; ésta es la mujer que te ha devuelto a tu madre; que se ha sacrificado por tu felicidad y por la mía. Te he dicho que la abrazarías algún día con tierna gratitud; pues bien, hija mía, estréchala entre tus brazos; es un corazón noble el que sentirás latir sobre tu pecho.

Palabra del Dia

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