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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Esta era su delicia mayor cuando a la calle salía, y origen de vivísimos apetitos que conmovían su alma, dándole juntamente ardiente gozo y punzante martirio. Sin dejar de contemplar su faz en el vidrio para ver qué tal iba, devoraba con sus ojos las infinitas variedades y formas del lujo y de la moda. ¡Cuántas invenciones del capricho, cuántas pompas reales o superfluidades llamativas!
Ahora lo distinguía perfectamente; era él, pero aun más abatido y desmejorado que cuando por última vez lo vio; velaban su rostro tintas cárdenas, y la negra barba lo sumía en un cerco de sombra; sus ojos brillaban cual si tuviese calentura. Sentase al escritorio y escribió dos o tres cartas. Estaba frente por frente a Lucía y ella le devoraba con los ojos.
En algunas oficinas, en vez de pasar el tiempo leyendo periódicos y charlando, se devoraba el argumento, se leían novelitas francesas y muchos se iban al escusado y fingían una disentería para consultar á ocultis el diccionario de bolsillo.
Quevedo entre tanto devoraba la enorme cantidad de jamón que se había servido, y mientras comía pensaba. Casilda trajo cuatro botellas, las puso sobre la mesa y se retiró. ¿Sabéis, Dorotea dijo de repente Quevedo , que es necesario que toméis una determinación? Estáis muy enferma, hija. Tengo ya mi determinación tomada dijo Dorotea. ¡Veamos si en medio de vuestra locura tenéis juicio!
Hacía ya algún tiempo que su madre había observado que una pena oculta la devoraba, esforzándose en penetrar el secreto de su corazón. «¿Qué tienes, Cornelia mía», le decía, y Cornelia se inclinaba sobre el seno de su madre y lloraba. «¿Estás enamorada?», le preguntó un día. Cornelia no respondió. Es que aquél era su secreto y no se atrevía ni a negarlo ni a confesarlo.
Sólo turbaban el recogimiento de los devotos el llanto de los niños cansados y las toses de los viejos asmáticos: nadie, por fortuna, se fijaba en el mirar incesante de las mujeres a los hombres, ni en la postura irreligiosa de un mozuelo que, apoyado en un confesionario, devoraba con los ojos a la novia.
Vegallana empezaba siempre con sus sardinas; devoraba unas cuantas docenas, y en seguida se levantaba, y discretamente desaparecía del comedor. Siguiendo uso inveterado todos hicieron como que no notaban la ausencia del Marqués; y en tanto llegó y se sirvió la sopa. Cuando el amo de la casa volvió a su asiento, estaba un poco pálido y sudaba.
Inesilla les servía. El alférez devoraba con los dientes una pechuga de perdiz, y con los ojos el redondo cuello y el alto seno de la muchacha, soltando uno que otro guiño y una que otra frase que la joven recibía sonriéndose. ¿Y qué decís de esto? dijo entre un bocado, un guiño y una galantería soldadesca á la muchacha el alférez.
Por último, Miguel se declaró: era un joven enamorado tiempo hacía, y que devoraba en secreto su amor sin esperanza, y sus celos.
El bufón le agarró, y al apoderarse de él dijo con una admirable fuerza de espíritu, soltando su hueca carcajada de bufón: ¡Ah! ¡ah! ¡ah! ¡he ganado! ¡he ganado! ¡para mí! ¡para mí! Y haciendo como que devoraba al paso la perdiz, dió á correr exclamando: ¡Para la reina no! ¡para mí! Y soltó una larga y estridente carcajada que hizo temblar á todos los que la oyeron, y escapó.
Palabra del Dia
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