Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 8 de mayo de 2025
Su júbilo rayó en paroxismo al momento que, tendiendo la mano abierta, encima de cada dedo fue el señor Rosendo calzándole una torre de barquillos: quedose extasiada mirándolos, sin atreverse a abrir la boca para comérselos. Estando en esto, el alférez volvió casualmente la cabeza y divisó del otro lado de los bancos un rostro de niña pobre que devoraba con los ojos la reunión.
El fisco, cual furioso león hambriento, devoraba judíos, devoraba moros, y de tan rico manjar no quedaban ni los huesos. Otro tanto acontecía con el pueblo. Flaco y roído hasta los tuétanos, pedía un milagro que hiciera llover oro.
Descansaba la dama del ajetreo de aquel día, ya metidos todos los muebles, trastos y macetas en la nueva casa, y atacada de una intensísima tristeza que le devoraba el alma, llamó a su tirana para decirle: «No me has explicado bien por el camino lo que hablasteis. ¿Qué historias cuenta Nina de su moro? ¿Es este bien parecido?».
Visitación, mientras sentada a los pies de la cama devoraba una buena ración de dulce de conserva, aseguraba con la boca llena que Somoza y la carabina de Ambrosio todo uno. La del Banco creía en la medicina casera y renegaba de los médicos.
Mi queridísima España, representada en Irun, que todavía devoraba con mis ojos, me atraía poderosamente hácia sí, y por dos veces consecutivas avancé hasta la mitad del puente para enviarla mis votos por su engrandecimiento y prosperidad.
Pero todavía no le atormentaba la prisa; y esto podía consistir en que tenía que ocuparse en refrenar la que devoraba incesantemente a su mujer, que volaba en ambiciones mucho más alto que él. Simón, cuando menos, tenía la habilidad o el privilegio ingénito de saber disimular. Juana, por el contrario, se había hecho insufrible.
Por primera vez el macho no devoraba: era ella la que lo absorbía, arrastrándolo.
¡Cuánta ternura brilló en sus ojos, mirando a Miquis, que la devoraba con los suyos! «Lo que es a mí... no me han de imponer un marido que no sea de mi gusto, aunque esté más alto que el sol. ¡Bendita sea tu boca! exclamó Augusto, apoderándose de las dos manos de ella . ¡Ay!, prenda, ¡qué frías tienes las manos! ¡Y las tuyas, qué calientes!».
Yo devoraba con ojos ávidos aquellos monumentos de la antigüedad asiática, lleno de curiosidad por conocer las impenetrables clases que los habitan, el principio de las Instituciones, la significación de las inscripciones, el espíritu de sus ciencias, la gramática, el dogma y la extraña visa interior de un cerebro de letrado chino. Mas ese mundo es inviolable como un santuario.
Allá en la Montaña, en cuanto Fermín había aprendido a leer y escribir, le había obligado a enseñarle a ella su ciencia. Leía y escribía. En la taberna, entre tantas blasfemias, entre los aullidos de borrachos y jugadores, ella devoraba libros, que pedía al cura.
Palabra del Dia
Otros Mirando