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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Con una solicitud y una amabilidad que conmovía profundamente a la madre y a la hija, el joven se proporcionaba el placer de satisfacer los caprichos de la enferma, y sabe Dios si los tenía. Un día era un cesto de dátiles impacientemente deseados y que la anciana devoraba con avidez; otras veces granadas, plátanos o nueces de coco que engañaban apenas la repugnancia de su estómago gastado.
María arrugó imperceptiblemente el ceño, y se volvió a mí con risueña sorpresa: ¡Pero supongo que no tendría deseo de visitarnos! Aunque el tono de la exclamción no pedía respuesta, María quedó un instante en suspenso, como si la esperara. Vi que Vezzera me devoraba con los ojos. Aunque deba avergonzarme eternamente repuse confieso que hay algo de verdad... ¿No es verdad? se rió ella.
Los sueltos que oí leer en aquella ocasión pueden verse en la Gaceta Ministerial de Sevilla, periódico oficial de la Junta Suprema. En sus breves columnas se insertaban diariamente despachos y noticias que remitían de todas partes... Dictábalas el entusiasmo y las devoraba la credulidad, y como nadie las discutía, el efecto era inmenso.
Guiado por el buen hermano Gabriel, pudo Stein admirar aquella grandeza pasada, aquella ruina proscrita, aquel abandono que, a manera de cáncer, devoraba tantas maravillas; aquella destrucción que se apodera de un edificio vacío, aunque fuerte y sólido, como los gusanos toman posesión del cadáver de un hombre joven y robusto. Fray Gabriel no interrumpía las reflexiones del cirujano alemán.
Yo creía que la armonía del mundo no podía existir mientras lord Gray viviera, y una curiosidad intensa devoraba mi alma... No podía dormir, el velar me hacía daño... no se apartaba de mi pensamiento la escena que después he presenciado aquí, y cada minuto que pasaba sin saber el resultado de una contienda que yo creí seria, me parecía un siglo...
Temblando por aquella existencia que pendía de un hilo y por su amor, acaso más frágil todavía, la joven devoraba sus lágrimas y ocultaba sus angustias a fin de no entristecer aquella agonía... ¿No estaba ella amenazada por un doble duelo? A pesar de las cartas de Raúl, su corazón estaba martirizado por penetrantes aprensiones ¡Blanca amaba!
El único consuelo, la única alegría que me quedaban, eran las cartas de Marta. Me escribía con frecuencia, en ciertas épocas hasta todos los días, y las más de las veces encontraba en ellas un post-scríptum de la letra desigual y atormentada de Roberto. ¡Oh, cómo me echaba sobre ellos, cómo devoraba su menor palabra! Gracias a esas cartas, vivía con ellos, por decirlo así.
La escasez de dinero, las preocupaciones de la miseria, aumentaban su debilidad. Maltrana la veía ajarse, perder la viveza de su juventud, como si la consumiese aquel ser oculto que devoraba lo mejor de su vida. También el joven experimentaba grandes crisis de desaliento. Volvía a casa con el gesto triste, se dejaba caer en la cama, diciendo que quería morir. No encontraba trabajo.
Consumió el tesoro del divan, disipó el tesoro público, agotó hasta las últimas rentas del Estado; mas nunca, en ningun tiempo pudo satisfacer la sed de oro que les devoraba. Vióse al fin privado de todo género de recursos. Empezó á temblar, pero no á retroceder, porque conoció que era imposible.
La gente la devoraba con los ojos y se repetía en voz baja: «¡Viene sonriendo, viene sonriendo!» ¡Ah, sí, la nueva esposa de Jesucristo sonreía, esperando el dulce premio de su sacrificio! Pero el anciano que en el mismo instante paseaba solitario por uno de los salones de la casa de Elorza..., ¡ése no sonreía!
Palabra del Dia
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