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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Tan pronto, acometido de cólera furiosa, proyectaba arrojar á su amigo de la tienda á puntapiés y pescozones, como, presa de profundo abatimiento, quedaba paralizado y devoraba su afrenta en silencio; comía poco, no bromeaba jamás y, contra su costumbre, bebía bastante vino. Al fin rompió la cuerda, como era de presumir.
Pero Adriana la apuraba con impaciencia, angustiada; ya no hubiera podido arrancarse a la ansiedad con que devoraba los secretos de Laura. El diario, después de referir las dolorosas consecuencias que tuvo la intervención de Zoraida, aparecía con una página en blanco. Luego se reanudaba, según la fecha, siete años más tarde. "5 de junio de 19...
Era la obediencia ciega de mujer, hablando; el símbolo del fanatismo sentimental, la iniciación del eterno femenino en la eterna idolatría. El Magistral, con la boca abierta, sin sonreír ya, con las agujas de las pupilas erizadas, devoraba a miradas aquella arrogante amazona de la religión, que labraba con arte la naturaleza, por fuera, y él por dentro, por el alma.
Lo que es desarrollada lo está y mucho para su edad... decía el hombre de doña Camila, que saboreaba por adelantado la lujuria de lo porvenir. En efecto, parece una mujercita. Y se la devoraba con los ojos; se deseaba un milagroso crecimiento instantáneo de aquellos encantos que no estaban en la niña sino en la imaginación de los socios del casino.
La irritación, la rabia, el odio y el deseo de venganza que se habían despertado en esta señora, nadie se los puede figurar. Baste decir que, cuando veía a cualquier redactor de El Faro en la calle, empalidecía horriblemente; costaba gran trabajo impedir que se le arrojase al cuello, como un gato rabioso. Hasta entonces no había podido satisfacer aquella ansia de venganza que la devoraba.
Disimulaba el bufón su amor, le comprimía, le devoraba, le contenía, aunque por distinta causa. El padre Aliaga obedecía á sus deberes. Sacerdote, debía combatir aquella tentación impura. Cristiano, debía huir del solo pensamiento de unos amores adúlteros. El tío Manolillo debía respetar, respecto á Dorotea, otra razón gravísima para todo corazón de sentimientos elevados. Dorotea no podía amarle.
El deseo de verse frente a su esposa ardía cada vez más vivo en su pecho, le ponía inquieto, excitado; se iba convirtiendo en una fiebre, en una rabia intensa que le devoraba. ¡Oh, tenerla entre sus manos, apretarla hasta hacerle gritar de dolor, hacerle padecer en el cuerpo lo que él había padecido en el alma!
Y el niño siempre igual, con una fiebre que devoraba su cuerpecillo cada vez más extenuado. Era lo de todos los días. Se habían acostumbrado ya á aquella desgracia: la madre lloraba automáticamente, y los demás, con una expresión triste, seguían dedicándose á sus habituales ocupaciones.
Yo no sé lo que tiene la pobreza, que á todos huele mal. ¿No es verdad? ¿eh? ¿eh? La charla del clérigo había conseguido marear á nuestro joven, poniéndole en completo desorden las ideas. La impaciencia que le devoraba desde el comienzo de la escena, le había ido subiendo la sangre á la cabeza y bullía dentro de ella haciéndole pensar en cosas extrañas bien lejanas del asunto que debía ocuparle.
Este hombre extraordinario, que formaba contraste con el clero prudente y prosaico que le rodeaba, ejerció influencia decisiva en el espíritu delicado y soñador de nuestro héroe, consiguió arrastrarlo en su vuelo, comunicándole el fuego que devoraba su alma de asceta. Era medianamente instruido, pero hasta su pequeño bagaje de instrucción le pesaba.
Palabra del Dia
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