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Actualizado: 28 de junio de 2025
Su entusiasmo había caído con sus esperanzas, y la decepción material había matado brutalmente al sentimiento ideal que por un instante le había transportado en sus alas. Admiraba en sus adentros la presciencia adivinatoria de la condesa, que siempre intervenía en el momento decisivo y que acababa de detenerle en el borde del abismo en que iba a dejarse caer imprudentemente.
Se levantó, vacilante, los ojos extraviados, y a Agapo, que, asustado, le cortó el paso, con un ademán le rechazó, diciendo, entre dientes, que se iba, que se iba... ¡Ajo! exclamó el otro persistiendo en detenerle, no, así no te vas, me das miedo, Quilito, ¿qué tienes? bien me pareció desde un principio que había algo de extraño en ti. Déjame, déjame...
Estando en estas pláticas, quiso la suerte que llegase uno de la compañía, que venía vestido de bojiganga, con muchos cascabeles, y en la punta de un palo traía tres vejigas de vaca hinchadas; el cual moharracho, llegándose a don Quijote, comenzó a esgrimir el palo y a sacudir el suelo con las vejigas, y a dar grandes saltos, sonando los cascabeles, cuya mala visión así alborotó a Rocinante, que, sin ser poderoso a detenerle don Quijote, tomando el freno entre los dientes, dio a correr por el campo con más ligereza que jamás prometieron los huesos de su notomía.
Yo no sé si poseía el castellano, pero si así era, como supongo, no escribiría tan mal la hermosa lengua de Guillén de Castro, de Lope de Vega y de Ruiz de Alarcón. Sin duda, caballeros, que un espíritu chocarrero se está burlando de todos nosotros. Y dijo, y tomó el sombrero, y se retiró, sin que nadie pudiera detenerle. Mucho se habló en Villaverde del incidente.
Entonces se dio cuenta de que estaba a pocos pasos de un tren que, conmoviendo el suelo, dando mugidos, por la chimenea y rugiendo por las válvulas de escape, salía de la estación, abofeteando a los más próximos con el viento de su rápido paso. Juanito lo comprendió todo. Había pasado por debajo de la cadena, y el empleado acababa de detenerle casi en la misma cabeza del tren que avanzaba.
Pues sí, señor; traemos orden de detenerle y de entregar a su padre la joven que se ha escapado con usted. Bien; estoy a su disposición. Y dirigiéndose a Rosa, que sollozaba perdidamente en brazos de Máxima, le dijo en tono afectuoso: No tengas cuidado, Rosita; nos volveremos a ver pronto. Los guardias hablaron un instante con Tomás para indicarle, sin duda, que podía disponer de su hija.
Uno de ellos fué el Comandante en gefe del cuerpo de Dragones de la expedicion, D. José Reseguin, que salió de Montevideo con la mayor aceleracion; y recibida la instruccion del Virey se puso en camino por la posta, el 19 de Febrero de 1781, con la mira de alcanzar el destacamento que habia salido primeramente, y que llevaba ya dos meses de marcha: y aunque hizo presente á aquel Exmo. no le era nada airoso ir á servir bajo las órdenes de un Teniente Coronel mas moderno, y que solo era graduado, no fué obstáculo para que este oficial practicase cuantos esfuerzos le fueron posibles, á fin de lograr la idea que se habia propuesto, y que consiguió á costa de sus diligencias; habiéndose incorporado en aquellas tropas el 13 de Marzo en el Puesto de los Colorados, que dista 460 leguas de la capital del vireinato, sin que lograsen detenerle los eficaces esfuerzos y ruegos que emplearon los vecinos de Jujuy, y los de muchos españoles fugitivos, que por todo el camino encontraba, quienes le aseguraban estaban ya del todo sublevadas las provincias de Chichas, Ciuti, Lipes y Porco, que median hasta la villa de Potosí y ciudad de la Plata, cuya noticia confirmaba el corregidor de Chayanta, D. Joaquin de Alós, que disfrazado de religioso franciscano, iba huyendo por no caer segunda vez en manos de los sediciosos.
Los amigos que aún quedaban a la monarquía y los hombres personalmente unidos al rey, se contaron y unieron para ir a reformar la guardia constitucional de Luis XVI. Mi padre fue uno de estos hombres de corazón. Mi madre, que a la sazón me llevaba en su seno, no hizo el menor esfuerzo para detenerle.
Y salió del aposento, acompañado por una afectuosa mirada del doctor, sin que Antonia, muy ruborosa y turbada, intentase detenerle. Ya estamos solos, hija mía; puedes, pues, hablar. ¿Qué quieres? dijo el señor de Avrigny tan pronto como hubo salido Amaury. Tío mío respondió Antoñita con voz temblorosa y sin alzar la vista para mirar al doctor.
Mario se hallaba tan trastornado que quería llamar en todas las casas y preguntar por el secuestrador. El delegado procuró calmarle. Fueron a la del alcalde, y éste se levantó solícito y se prestó a ayudarles en todas las indagaciones. Llamaron al jefe de estación y a los mozos y se averiguó en seguida el mesón donde el cojo paraba. Fueron a detenerle con auto del juez municipal.
Palabra del Dia
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