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Actualizado: 28 de junio de 2025


El canto quejumbroso y melancólico de los pueblos tristes y moribundos, despertaba inexplicables recuerdos, ecos de una existencia anterior. El alma morisca se estremecía en ellos oyendo aquellas coplas de muerte, de sangre, de amores desesperados y fanfarronas amenazas.

Mi amo miró al mar, a las lanchas, a los hombres que, desesperados y ciegos, se lanzaban a ellas; y yo busqué con ansiosos ojos a Marcial, y le llamé con toda la fuerza de mis pulmones. Entonces paréceme que perdí la sensación de lo que ocurría, me aturdí, se nublaron mis ojos y no lo que pasó.

Cornelio, que era más ágil, corría como un gamo, saltando por encima de las raíces y rompiendo con su cuchillo las lianas que se oponían a su paso, seguido de Horn, que hacía desesperados esfuerzos para no perderlo de vista; pero el babirussa, a pesar de la sangre que iba perdiendo, no paraba de correr.

Si alguna vez pensaba en los infelices, era para levantar en sus afueras monasterios, donde las imágenes de palo estaban mejor cuidadas que los hijos de Dios, de carne y hueso; conventos de monstruosa grandeza, cuyas campanas tocaban y tocaban en el vacío, sin que nadie las oyese. Los pobres, los desesperados, no entendían su lenguaje: adivinaban lo falso de su sonido.

Pero estas imágenes de encargo, al tocar el suelo americano, se agigantaban y hacían milagros, lo mismo que los desesperados y hambrientos que al llegar allá se convertían en héroes.

Carlota y Presentación se quedaron a la puerta, haciendo esfuerzos desesperados para ocultar su emoción. Recibioles el director cortésmente. D. Pantaleón se dejó conducir por él a otra estancia para conferenciar secretamente acerca de las anomalías orgánicas del ser que iba a mostrarle. Trascurrió media hora. Al cabo se presentó de nuevo el jefe. Ya está, arreglado el asunto.

El rocín del tío Barret, un animal sufrido que le seguía en todos sus desesperados esfuerzos, cansado de trabajar de día y de noche, de ir tirando del carro al Mercado de Valencia con carga de hortalizas, y á continuación, sin tiempo para respirar ni desudarse, verse enganchado al arado, tomó el partido de morir, antes que permitirse el menor intento de rebelión contra su pobre amo.

Había uno perdido al juego la mesadita de 30 ó 40 duros que le enviaba su papá; había estudiado tan poco, que había salido suspenso y le habían dejado para el cursillo; la hija de la pupilera, o la pupilera misma, le había plantado y preferido a otro huésped; en cualquiera de estos casos, o de otros por el estilo, leer o hacer versos desesperados a lo Byron, a lo Leopardi o a lo Espronceda, era un desahogo, con el cual se quedaba sereno el vate o genio en agraz, y comía luego con más apetito que nunca.

Hay cantos donde se pinta mejor el amor inocente y puro; los hay también que reproducen con más verdad las amarguras del amor desgraciado ó los gritos desesperados de una pasión tempestuosa y loca; pero ninguno donde el amor se muestre tan feliz y embriagador, henchido de alegría y cargado de perfumes; donde el alma y los sentidos reposen con más deleite. ¡Oh!

Las pocas barcas que había en la ciudad iban como podían por aquel inmenso lago salvando familias, expuestas a estrellarse contra los obstáculos sumergidos, teniendo que librarse con desesperados golpes de remo de la veloz corriente. Y a pesar del peligro, la gente hablaba con una relativa tranquilidad.

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