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Actualizado: 28 de julio de 2025


Después cada cual procuró resguardarse lo mejor posible de las miles de cucarachas que invadían la cámara, y después ... el sueño, el sudor y los insectos imperaban en la parte animada é inanimada de nuestro individuo. La faena del baldeo, el monótono y acompasado canto de la marinería, el ruido de la maniobra y los desesperados ladridos del perro, me despertaron en la madrugada del 11.

El cura, asustado al sentir el frío del agua cerca de la espalda daba órdenes para que el santo volviera atrás. Ya estaba al final de la callejuela, en el mismo río; se notaban los esfuerzos desesperados, el recular forzado de aquellos entusiastas que comenzaban a sufrir el impulso de la corriente. Creían que cuando más entrase el santo en el río más pronto bajarían las aguas.

Los muchachos les salpicaban el rostro con los bastones y se inclinaban de repente sobre un costado para asustarlas, complaciéndose grandemente con sus gritos desesperados. Todo era ruido y algazara en la diminuta escuadrilla.

Y volvieron a oírse los desesperados gritos del Pituso, y Guillermina no disimulaba su impaciencia y zozobra. «Ya se ve, la pobre criatura tiene ganita... ¡Cuidado que levantarse antes de tiempo y plantarse en la calle...! Le digo a usted que le pegaría...». Maximiliano callaba, no quitándole los ojos a la santa, a quien nunca había visto tan de cerca.

Pisando gente entró la pareja, y el viejo pasó a empujones de banco en banco, abofeteando a todos con su capa caída y contestando con desesperados manoteos a los insultos y amenazas, mientras que el público rompía a aplaudir estrepitosamente, para animar a Franchetti, que había interrumpido su canto.

Desde que había vuelto de Málaga, su padre no le veía una sola vez que no le recomendase la prudencia. Debía callar; al fin, ellos comían el pan de los Dupont, y no era noble el unirse con los desesperados, aunque éstos se quejasen con harto motivo. Además, para el señor Fermín, todas las aspiraciones humanas se resumían en don Fernando Salvatierra, y éste se hallaba ausente.

En América está el porvenir de los desesperados y de la gente arruinada. Teresa debía saber dónde estaba su marido. La fuga era cosa convenida entre los dos: por eso se mostraba ella tan tranquila. Habíase quedado con su hijo en Las Tres Rosas, y a todos los que buscaban a don Antonio les contestaban lo mismo. Estaba fuera y no tardaría en volver para arreglar sus asuntos.

Aquel Pimentó tenía el pellejo duro, y arrojando sangre y barro iba tal vez á rastras hasta su barraca. De él debía proceder un vago roce que creyó percibir en los inmediatos campos semejante al de una gran culebra arrastrándose por los surcos; por él ladraban todos los perros de la huerta con desesperados aullidos.

Miguel, a quien todo aquello cogía de nuevas, y que adoraba a su hermana, no podía sufrirlo con calma: cada vez que le tocaba ser testigo de una de estas escenas, padecía horriblemente y le costaba esfuerzos desesperados el reprimir sus ímpetus y no hacer a la brigadiera alguna áspera advertencia.

Los papúes, que ansiaban alcanzar a los fugitivos para hacerlos prisioneros o quizá para matarlos en el acto, hacían desesperados esfuerzos por adelantar camino. Remaban furiosamente para ayudar a las velas, levantando salpicaduras de espumas, pero no se acercaban sino muy lentamente, pues la chalupa corría a razón de ocho o quizá de nueve millas por hora.

Palabra del Dia

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