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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Cuando Juan cumplió los diez y ocho años, acompañaron á la maleta y al dinero una espada y una daga magníficas, aunque muy sencillas, como convenía al hijo de un hidalgo pobre.
Vamos, me voy á casa del señor Gabriel Cornejo; no es muy buena casa, pero mejor estaré allí que en la calle, y sin linterna... y con esta noche... pues señor, por lo que pueda suceder desnudemos la daga y vamos de prisa para llegar cuanto antes. Y el cocinero arrancó. Pero á los pocos pasos tropezó y cayó. Al caer sintió bajo de si un cuerpo humano. Una de sus manos se apoyaba en su semblante.
Acudió Lotario con mucha presteza, despavorido y sin aliento, a sacar la daga, y, en ver la pequeña herida, salió del temor que hasta entonces tenía, y de nuevo se admiró de la sagacidad, prudencia y mucha discreción de la hermosa Camila; y, por acudir con lo que a él le tocaba, comenzó a hacer una larga y triste lamentación sobre el cuerpo de Camila, como si estuviera difunta, echándose muchas maldiciones, no sólo a él, sino al que había sido causa de habelle puesto en aquel término.
Y lo pensaba como lo decía. Todas las noches antes de dormir se daba un atracón de honra a la antigua, como él decía; honra habladora, así con la espada como con la discreta lengua. Quintanar manejaba el florete, la espada española, la daga. Esta afición le había venido de su pasión por el teatro. Cuando trabajaba como aficionado, había comprendido en los numerosos duelos que tuvo en escena la necesidad de la esgrima, y con tal calor lo tomó, y tal disposición natural tenía, que llegó a ser poco menos que un maestro. Por supuesto, no entraba en sus planes matar a nadie; era un espadachín lírico. Pero su mayor habilidad estaba en el manejo de la pistola; encendía un fósforo con una bala a veinticinco pasos, mataba un mosquito a treinta y se lucía con otros ejercicios por el estilo. Pero no era jactancioso. Estimaba en poco su destreza; casi nadie sabía de ella. Lo principal era tener aquella sublime idea del honor, tan propia para redondillas y hasta sonetos.
El joven se puso la daga y la espada en el talabarte, y dió las gracias al alcaide. Perdonad, caballero dijo el alcaide al ver que los dos esposos seguían hacia la puerta ; pero quisiera que antes de salir miráseis esta cuentecita. Y presentó un papel á don Juan.
¡Ah! es verdad que sabes que yo he matado á ese infame. Pues bien, tengo suerte; la justicia, no sé por qué ni cómo, ha encontrado daga en mano y sobre el cadáver de Guzmán á Montiño; me quito un muerto de encima. Pero tengo mis proyectos; necesito hablar al cocinero de su majestad. Conque la orden. Entra dijo el duque, á quien como sabemos tenía sujeto el bufón.
En su ciego arrebato, desnudó Balarán la daga que llevaba en el cinto y se la hundió a Urbási en el seno, causándole instantánea muerte. Atónitos, estupefactos quedaron los de uno y otro bando, al ver caer a Urbási desplomada en el suelo.
A la vez que Ramiro dejaba caer estas palabras, don Alonso observó, con inquieta curiosidad, la daga sarracena, recubierta de pedrería, que el mancebo llevaba en el cinto, y, sin poder dominar su sorpresa, tomándola por fin en su mano, exclamó: Donoso puñal. ¿Es acaso algún arma de los agüelos? No, señor.
No se había atrevido á desenvainar la daga, porque temía no le aconteciese otra negra aventura como la que creía haberle acontecido la noche anterior; esto es: matar á un hombre entre lo obscuro, sin voluntad alguna de matarle. Y siguió, siguió andando con paso tan rápido, que se cansó al fin y se sentó en el escalón de una puerta.
Y entonces, el maestro sacó la daga, y dijo: -Y no sé quién es Ángulo ni Obtuso, ni en mi vida oí decir tales hombres, pero con esta en la mano le haré yo pedazos. Acometió al pobre diablo, el cual empezó a huir, dando saltos por la casa, diciendo: -No me puede dar, que le he ganado los grados del perfil. Metímoslos en paz el huésped y yo y otra gente que había, aunque de risa no me podía mover.
Palabra del Dia
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