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Actualizado: 5 de junio de 2025
Creerán que escapamos de los Viveros por estar solos y libres de convidados. Al pasar frente a San Antonio, Ernestina, reclinada en un hombro de su esposo, se incorporó. Mira: ese es quien ha hecho el milagro de unirnos. De soltera le rezaba pidiéndole un buen marido, y por segunda vez me protege, dándome mi Luis. No, vida mía: el milagro lo has hecho tú con tu belleza.
La imagen de Blanca me atraía involuntariamente: veíala andar y detenerse burlonamente en mi camino como dándome tiempo para alcanzarla, y cuando creía tenerla cerca, la visión desaparecía dejando en mi sueño el surco luminoso de su vestido rojo que parecía disolverse en el aire en deslumbrantes e impalpables copos de fuego.
Tan embebido me hallaba en este linaje de visiones, que ni siquiera me enteraba de los informes que iba dándome mi tío sobre cada cosa de las principales del cuadro.
-A lo menos -respondió Sancho-, supo vuestra merced poner en su punto el lanzón, apuntándome a la cabeza, y dándome en las espaldas, gracias a Dios y a la diligencia que puse en ladearme. Pero vaya, que todo saldrá en la colada; que yo he oído decir: "
Me acomodé en el más próximo, pero me obligó a correrme hasta el último, sin duda para que los que viniesen después no encontrasen dificultad al pasar. Después se fue dándome los buenos días, acercose a un cordel que pendía del techo, y comenzó a tirar de él con fuerza. Una campana sonó con tañido dulce y prolongado.
Lo único que siento es que ese bribón haya cometido con usted ese terrible y ultrajante atentado. Pero ha sido una felicidad que la haya seguido, aun cuando creo que debo disculparme por haber asumido el carácter de espía. Me ha salvado la vida contestó en un murmullo, al estrecharme la mano con afecto como dándome las gracias.
Pues dándome ya por casado con doña Guiomar, dijo Cervantes, mirad si yo os recompensaré bien por lo que ahora me sirváis; antes ha de faltaros talego, que escudos para llenarle. Pues diga vuesa merced, señor soldado, dijo relumbrándole los ojos la tía Zarandaja. Quédese aquí por ahora, dijo Cervantes, que yo vendré más tarde y hablaremos.
Al decir esta última palabra, sin duda creyendo había ido más allá de lo que se proponía, se levantó, dándome las buenas noches, al par que me tendía una de sus manos. Puesto que V. me manda que escriba, escribiré la dije, reteniéndola un momento, y es más, la prometo que el primer ejemplar de mi nuevo libro será para V. No lo hará V. Juro que sí.
Estas señoras son muy amables dijo la abuela en cuanto se marcharon, pero es lástima que tengan ideas falsas... ¡Qué mal se razona ahora!... En mi tiempo no era así. En tu tiempo, abuela repliqué apoyando dulcemente la cabeza en su hombro, todo el mundo era perfecto. Aduladora respondió la abuela dándome un beso. Bien sabes que haces de mí todo lo que quieres... Y se firmó la paz con otro beso.
Levantando bien el palo, pensando tenerla debajo y darle tal garrotazo que la matase, con toda su fuerza me descargó en la cabeza un tan gran golpe, que sin ningún sentido y muy mal descalabrado me dejó. Como sintió que me había dado, según yo debía hacer gran sentimiento con el fiero golpe, contaba él que se había llegado a mí y dándome grandes voces, llamándome, procuró recordarme.
Palabra del Dia
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