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Actualizado: 5 de junio de 2025
Comprendiéndolo me imitaron: esperaban mi rescate o mi pérdida definitiva, último recurso que les queda a los hombres sin voluntad cuando agotan todas las combinaciones imaginables: lo desconocido. Agustín me escribió una o dos veces más dándome noticias de Magdalena: había ido a visitar la propiedad, cerca de París, en donde el señor De Nièvres tenía intención de que pasaran el verano.
El grave tono y suave firmeza con que subrayó estas palabras la sosegaron, como a menudo lo hacía en otros tiempos. Acariciando su delgada mano, dijo después de un corto intervalo: ¿Te ha escrito alguna vez Carolina? Sí, en dos ocasiones, dándome las gracias por algunos presentes; no eran más que cartas de colegiala añadió impaciente, contestando a la interrogadora mirada de Juan Príncipe.
Los únicos recuerdos que me quedaban de la existencia de mi padre eran éstos: en los escasos momentos en que le daba un poco de reposo la enfermedad que le consumía, salía, ganaba a pie el muro exterior del parque y se paseaba horas y horas tomando el sol, marchando penosamente apoyado en un grueso bastón, dándome la impresión de la ancianidad decrépita.
Pero afortunadamente, continuó Amparo, Mustafá me ha salvado, acometiendo a aquel hombre, y dándome tiempo para escapar; es verdad que el pobre ha sufrido un horrible bastonazo, y que yo he salido del lance herida... ¡Herida! exclamé.
No se renuncia sin trabajo a un bien seguro, a un bien tan delicioso, a todo lo que me prometían tu juventud, tu cariño leal, tus méritos inmensos, tu belleza, hija... pues ahora que no soy novio, puedo decirte que cada vez te vas poniendo más guapa.... En fin, hija, he creído amarte mejor y servirte mejor, y amar y servir mejor a Dios, dándome a ti por padre que por esposo.... Y aún me queda otra cosa mejor que decirte.
Y a propósito de mi patrón, no he referido que al tiempo de partir, dándome un apretado abrazo, y sin duda para ofrecerme un testimonio maravilloso de su cariño y estimación, me reveló al oído que su famoso cañón estaba hecho de amianto. Ruego al lector que no divulgue el secreto.
El tomó un bodigo de aquellos, el que mejor le pareció, y dándome mi llave, se fue muy contento, dejándome más a mí. Mas no toqué en nada por el presente, porque no fuese la falta sentida, y aun porque me vi de tanto bien señor parescióme que la hambre no se me osaba allegar. Vino el mísero de mi amo, y quiso Dios no miró en la oblada que el ángel había llevado.
Te han perdido las malas compañías, esa atmósfera de mentira en que vives, los ejemplos de tu derrochadora madre y los consejos del majadero de tu principal, que se cree un oráculo en los negocios porque gana el dinero a ciegas por una burla caprichosa de la suerte, y algún día las pagará todas juntas, dándome el gusto de poder reír al verle sin camisa.
El diferente andar de los animales nos había hecho separar unos cincuenta metros del compañero, cuando éste me alcanzó rápidamente y dándome la voz de alarma, me mostró un denso nubarrón que avanzaba cubriendo el cielo, pocos momentos antes sereno y deslumbrador como una placa reflectora.
¡A mí con eso! -dijo Sancho-. No toméis menos, sino que se me fuera a mí por alto dar alcance a su conocimiento. ¿No será bueno, señor escudero, que tenga yo un instinto tan grande y tan natural, en esto de conocer vinos, que, en dándome a oler cualquiera, acierto la patria, el linaje, el sabor, y la dura, y las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañederas?
Palabra del Dia
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