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Actualizado: 5 de junio de 2025
Vista mi inocencia, dejáronme, dándome por libre, y el alguacil y el escribano piden al hombre y a la mujer sus derechos; sobre lo cual tuvieron gran contienda y ruido, porque ellos allegaron no ser obligados a pagar, pues no había de qué ni se hacía el embargo. Los otros decían que habían dejado de ir a otro negocio que les importaba más, por venir a aquel.
Había tomado esa resolución al llegar, después de pasar sesenta y cinco días encerrado en una jaula con la escoria del género humano, sin oir más que palabras infames, cantos obscenos y proyectos de venganza y viviendo ante la boca de un cañón cargado de metralla. La existencia me pareció imposible de soportar y me propuse escapar de ella dándome muerte.
Hemos convenido en que yo siga haciendo la vista gorda y no dándome por entendido de nada.
Al día siguiente vino Petrona a visitarme, y como es tan ingenua y tan pintoresco su lenguaje, exclamó, dándome un abrazo: «¡Ay, Marianela, muchas gracias por haber hecho girar a la Pepa!». Inés se ríe del dicho de Petrona, pero noto que al punto vuelve a quedarse ligeramente triste. Trato de animarla: ¿Y qué tal la conversación de los cipreses? ¿Muy interesante, eh?... Mucho.
Levantando bien el pailo, pensando tenerla debajo y darle tal garrotazo que la matase, con toda su fuerza me descargó en la cabeza un tan gran golpe, que sin ningún sentido y muy mal descalabrado me dejó. Como sintió que me había dado, según yo debía hacer gran sentimiento con el fiero golpe, contaba él que se había llegado a mí y, dándome grandes voces llamándome, procuró recordarme.
¿Quién? ¡Ah! Santa Cruz. No la he leído hasta esta mañana. Aquí se despide otra vez, dándome consejos y echándoselas de santo varón. Me manda dentro de la carta cuatro mil reales. Vamos... No se ha corrido que digamos. Quiero escribirle hoy mismo indicó ella animándose un poco . Escribirle, no... nada más que meter los dos billetes de dos mil reales dentro de un sobre y devolvérselos.
Y aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el maltratamiento que el mal ciego dende allí adelante me hacía, que sin causa ni razón me hería, dándome coxcorrones y repelándome. Y si alguno le decía por qué me trataba tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo: "¿Pensaréis que este mi mozo es algún inocente?
El profesor Flimnap se ha convertido, desde entonces, en un personaje que puede emplear á mucha gente en el servicio del Gentleman-Montaña, y me llamó, dándome la dirección de los hombres encargados del lecho y la despensa de usted. En este edificio, que sólo depende del profesor y del Comité presidido por él, me considero más seguro que si viviese en el Paraíso de las Mujeres.
Este fué el que me dió libertad después de la muerte de mi marido; éste el que no despreció mis tesoros, sino el que no los quiso; éste fué el que, después de recebidas mis dádivas, me las volvió mejoradas, con el deseo de dármelas mayores, si pudiera; éste fué, en fin, el que, acomodándose, o, por mejor decir, haciendo acomodar a su gusto el de sus soldados, dándome doce que me acompañasen, me tiene ahora en tu presencia."
ELECTRA. Sí... mi madre se me aparecía. EVARISTA. En sueños, naturalmente. ELECTRA. No, no: estando yo tan despierta como estoy ahora. EVARISTA. Electra, mira lo que dices... ELECTRA. Cuando estaba yo muy triste, muy solita o enferma; cuando alguien me lastimaba dándome a entender mi desairada situación en el mundo, venía mi madre a consolarme.
Palabra del Dia
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