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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Don Jaime se puso aún más pálido. Dió una vuelta por la estancia arrugando con mano crispada el gorro turco, dejó escapar una risita sarcástica, y volviendo a plantarse delante de doña Paula, dijo con burlona arrogancia: ¿De modo, señora, que me echa usted de su casa? ¿Yo, señor Duque?... ¡Qué idea!... Lo que quiero únicamente es devolver la calma a mis hijos, y evitar un choque...
¡Madre, madre, sálvame...! ¡Madre, escúchame! sollozaba Elena con la frente apoyada en el altar de la Virgen, mientras apretaba con mano crispada el pomo fatal que guardaba en el pecho. El templo quedó otra vez en silencio. Cuando Elena volvió de su éxtasis observó que el pelotón de niños salía por la puerta rodeando como antes a su marido.
Tenía el cuello atravesado por el balazo, y los dos agujeros abiertos por el proyectil manaban sangre: el sable estaba caído a pocos pasos, y él, con la mano izquierda, crispada y sucia, conservaba agarrado un trapito rectangular y blanco, sujeto a una cinta que le salía de entre las ropas del pecho.
Se avergonzaba al recordar su debilidad. No era un cobarde, estaba seguro de ello, pero le faltaba voluntad o la amaba demasiado, y por esto, cuando tras un vergonzoso espionaje se convenció de su deshonra, sólo supo levantar la crispada mano sobre aquella hermosa cara de muñeca pálida, y acabó por no descargar el golpe.
Y lo decía con convicción, mirando al suelo con ojos extraviados, como si se viera ya sobre el pavimento, inerte, ensangrentado, con el revólver en la crispada diestra. ¡Oh, no! ¡qué horror! ¡Rafael! ¡Rafael mío! gemía Leonora abrazándose a su cuello, colgándose de él, estremecida por la sangrienta visión. El amante seguía protestando. Era libre.
En el patio, que fue Zementerio de S. Sebastián, como declara el azulejo empotrado en la pared sobre la puerta, no se veían más seres vivientes que las poquísimas señoras que a la carrera lo atravesaban para entrar en la iglesia o salir de ella, tapándose la boca con la misma mano en que llevaban el libro de oraciones, o algún clérigo que se encaminaba a la sacristía, con el manteo arrebatado del viento, como pájaro negro que ahueca las plumas y estira las alas, asegurando con su mano crispada la teja, que también quería ser pájaro y darse una vuelta por encima de la torre.
¡Pues entonces cortemos inmediatamente esta conversación! exclamó Cirilo apoyándose con mano crispada sobre la mesa para levantarse . Considero a usted un hombre de honor y sé que se arrepentiría de haber ofendido a quien carece de medios para pedirla reparación de la ofensa. Visita se había puesto en pie también vivamente y Tristán hizo lo mismo.
Fernanda se agarró con mano crispada al tronco de una magnolia. A la vuelta era Amalia quien hablaba. No es verdad eso. Ya te he dicho que para mí siempre hay un punto negro. Por más que pretendo forjarme la ilusión de ser la primera... ¡La primera y la última! Yo no amaré a otra mujer más que a ti. No sabes los celos que tengo del pasado. Cada día más. Di la verdad: ¿la has querido o no? No.
Con la mejilla apoyada en la crispada mano la mirada dura, la frente fruncida y la boca contraída con una sonrisa amarga, la joven meditaba y sus hermosas facciones estaban fijas en una implacable expresión de desprecio y de odio. Como los más puros metales, las almas más nobles tienen sus escorias, que suben en hirviente espuma al fuego de la cólera.
Se figuraba que aquel arco no podía conducir sino á una caverna, y además le parecía que detrás estaba una figura corpulenta, que no era otra que María de la Paz Jesús, apostada allí para asirla cuando pasara, arrebatándola con una mano grande y crispada, para llevársela por los aires. Pero la esperanza puede mucho. Cerró los ojos, y corriendo velozmente, pasó.
Palabra del Dia
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