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Actualizado: 13 de julio de 2025
De las fiestas que desde el 19 al 23 de noviembre de 1679 se celebraron en Burgos, con ocasión de la primera entrevista de Carlos II y de su esposa María Luisa de Borbón, después de dar cuenta detallada la Gaceta del 28 de noviembre, dice: «Festejó el Rey á la Reyna luego con la primera jornada de Eco y Narciso, continuando en las dos restantes noches lo que faltaba de ella con una Loa discreta y Cortesana para tan digno asunto.»
En ese jardin que estoy viendo, la astuta cortesana se ofrecia á los espectadores con el traje muy escotado, luciendo la espalda y el pecho, como si quisiese hacer gala de la riqueza de sus incentivos, tambien de la riqueza su pudor. Digo riqueza de pudor, porque si el que da mucho debe ser rico, aquellas cortesanas debian ser muy ricas de decoro.
Rarísima vez se daba el caso de que ella le hiciese una caricia; para obtenerla, tenía Maxi que echarle memoriales, y lo que lograba era como limosna. Es que Fortunata no servía para cortesana, y sus fingimientos eran tan torpes que daba lástima verla fingir. El joven farmacéutico tenía momentos de horrible tristeza, y cavilaba mucho.
Pero ya no es Fortuna la gloriosa divinidad pagana que recibía culto en las aras ceñidas de mirto, ni recorre el mundo en una rueda, mostrando desnuda la majestad de su hermosura: se ha hecho un palacio que es centro y emporio de las grandezas modernas, y en vez de un santuario de diosa habita un camarín de cortesana, donde por ásperas cuestas y empinadas pendientes suben los que la solicitan echándose a la espalda cuanto les pesa o les estorba.
Que, en una palabra, el duque de Lerma paga y se cree amado, y don Rodrigo Calderón, que no la paga y á quien ella ama, la engaña amando á otra. ¡Ah! ¡Y si supiérais quién es esa otra, señor Francisco! Alguna cortesana que tiene tan poca vergüenza como don Rodrigo Calderón. Pues os engañáis, es la primera dama de España. ¿Por hermosa? No tanto por hermosa, aunque lo es, como por noble.
Lo mismo que en la ciudad cortesana de Luis XIV todo indica el ensimismamiento del Rey-Sol, el Rey-Apolo, siempre aspirando á imponer sobre toda cosa su persona, tenerlo todo bajo su mirada soberana, y hacer partir del patio de su palacio todas las calles, carreteras y alamedas, así como de su persona emanaba toda voluntad, toda accion y todo brillo; del mismo modo Carlsruhe tiene su eje, su punto de partida, su ojo vigilante y su gérmen, por decirlo así, en el palacio gran-ducal que sirve de residencia á la corte durante el invierno.
Sí repuso Nébel abriendo los ojos la señora de Arrizabalaga... Ella vió la sorpresa de Nébel, y sonrió con aire de vieja cortesana que trata aún de parecer bien a un muchacho. De ella, cuando Nébel la conoció once años atrás, sólo quedaban los ojos, aunque más hundidos, y apagados ya. El cutis amarillo, con tonos verdosos en las sombras, se resquebrajaba en polvorientos surcos.
Bastaba la visión de una carne desconocida, una sonrisa, una ojeada, para que diese al olvido juramentos y compromisos. Se insultaba fríamente, y para aminorar su culpa, incluía en esta vergüenza a todos sus semejantes. «Nos consideramos muy hombres, y tenemos un alma de cortesana.
De Pas sentía unas dulcísimas cosquillas por todo el cuerpo al oír a la Regenta; y sin pensarlo se inclinaba hacia ella, como si fuera un imán. Afortunadamente las otras damas y el Arcipreste iban muy enfrascados en una agradable conversación que tenía por objeto despellejar a la pobre Obdulia. Ripamilán citaba, como solía en tal materia, al Obispo de Nauplia, la fonda de Madrid, los vestidos de la prima cortesana, etc., etc. No cabe negar que la resolución del Magistral estuvo a punto de quebrantarse, pero le pareció indigno de él mostrar tan poca voluntad y temió además lo que podía suceder en el Vivero.
No; no hablo yo de esa carga material que consiste en atender á las necesidades materiales de una mujer; entre nosotros no puede haber eso; el dinero hace daño al amor; yo cómica, yo cortesana, no he pertenecido á un amante sino á trueque de un tesoro; yo, mujer, no doy mi corazón sino por otro corazón; de otra carga más pesada he querido hablarte: de la carga que consiste en tener que sacrificar algún tiempo todos los días á una mujer á quien no se ama, á quien nunca se ha amado, por quien sólo se ha sentido deseo y por la cual al fin ni deseo se siente, y á la que se sigue fingiendo amor por compasión; carga que acaba por hacerse insoportable, porque el sacrificio más pequeño se hace insoportable cuando es continuo; yo sería dentro de poco una carga para ti y después un remordimiento, porque me abandonaríais...
Palabra del Dia
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