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Actualizado: 16 de junio de 2025


Al lado de Montifiori contemplaban el baile dos caballeros más, el viejo Ministro de Estado doctor don Bonifacio de las Vueltas, político ducho, orador brillantísimo y eficaz, gran brujuleador de cámara y antecámara, fina inteligencia, blanca erudición, débil y bondadoso, embrollón como una modista de alto tono, pero de una intachable honradez privada.

Entre los paseantes que la pureza del cielo había traído á las Tullerías, hacia el mediodía, y que contemplaban las primeras sonrisas de la primavera juguetear sobre la faz de mármol de los silvanos, se notaba un hombre joven, de un porte irreprochable, que parecía estudiar con extraordinaria solicitud el despertar de la Naturaleza.

Los alguaciles quisieron en vano separarle; cuanto más tiraban de él, con más rabioso esfuerzo asía de los cuernos y del cuello del animal, que a su vez se arremolinaba y sacudía la cabeza para zafarse de unos y otros. Algunos de los que presenciaban la escena reían; otros la contemplaban con lástima. Al fin consiguieron arrancarle la presa.

Las dos hermanas, inclinadas y recogiéndose las faldas entre las piernas para evitar rozamientos con el suelo grasoso , contemplaban atentamente el degüello, contaban las convulsiones de la agonía y seguían las últimas gotas de sangre desde que asomaban a la herida, erizada de pelos coagulados, hasta que caían en una cazuela. Este trabajo ponía alegre a Nelet y excitaba su jocosidad brutal.

Tal vez el oficial iba acompañado en sus paseos por la imagen de alguna fraulein rubia y sensible que contaba los días en un puerto anseático aguardando la vuelta del buque; tal vez los marineros contemplaban en el espejo de su rudimentaria imaginación a la compañera ventruda y mal calzada con su grupo de pequeñuelos carillenos y peliblancos.

El edificio estaba dividido en cuatro cuerpos independientes, y los alumnos en cuatro secciones que vivían aisladas, evitándose con este acordonamiento muchos pecados y ciertas propagandas. Las secciones sólo se contemplaban de lejos en contadas fiestas del año ó al verificarse algún acto literario en el gran salón, que parecía un teatro con su patio y sus galerías.

Mas de repente sintieron un rumor que no provenía de ellos. Todos miraron al techo, y como no veían nada, se contemplaban los unos á los otros, riendo. Oíase gran murmullo de alas rozando contra la pared y chocando en el techo. Si estuvieran ciegos, habrían creído que todas las palomas de todos los palomares del universo se habían metido en la sala. Pero no veían nada, absolutamente nada.

Iba estirado, satisfecho dentro de su traje de lanilla inglesa, algo incómodo por el cuello de la camisa almidonado y de bordes punzantes; pero le bastaba lanzar una mirada a sus botas de charol y a la corbata, siempre de colores vivos, para darse por satisfecho de todas las molestias que le causaba su transformación. La mamá y las hermanitas le contemplaban con asombro. ¿Qué creían ellas?

Pero ya lo arreglaremos, hijo, y a me tienes dispuesta a darle la morrada a la bestia cuando menos ella se lo piense. Ya no la puedo sufrir. Tía y esposa, disimulando su tristeza, le contemplaban mientras tomó el chocolate, admiradas de que lo tomase con ganas. Las ganas teníalas la bestia, él no. xi

Permanecía en la cabecera de la mesa con la cara entre las manos y una nube de perfumado humo ante los ojos, girando éstos de vez en cuando con cierta fatuidad para mirar a algunas señoras que contemplaban con interés al famoso torero. Su orgullo de ídolo de las muchedumbres creía adivinar elogios y halagos en estas miradas. Le encontraban guapo y elegante.

Palabra del Dia

rigoleto

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