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Esta brusca e inesperada arremetida desconcertó por completo a Jacobo, y mordiéndose los labios, dijo amargamente: ¡Política romana, con todas sus intransigencias!... ¡Política bismarckiana! la tuya, con todas sus criminales, ¡nótalo bien!, ¡sus criminales condescendencias!...

Esta volvía la espalda para no ver el redondel: tal vez le tenía lástima, tal vez estaba avergonzada de sus condescendencias en el pasado. Otra vez se arrojó a matar, y muy pocos pudieron ver lo que hacía, pues le ocultaban las capas abiertas incesantemente en torno de él... Cayó el toro, arrojando por la boca un caño de sangre.

Leonor se opuso con vigor a esto último, alegando no poder permitir que una mujer de teatro tuviese el menor punto de contacto con aquella inocente. El duque, acostumbrado a las fáciles condescendencias de su mujer, vio en esta oposición un escrúpulo de devota, una falta de mundo y persistió en su idea.

Unas cuantas casas-grilleras con adornos de mazapán alzadas por el oro indiano en las inmediaciones del parque de San Francisco; varios trozos de acera en calles que jamás la poseyeran; tres faroles más en la plaza de la Constitución; un guardia municipal suplementario, que debe su existencia no tanto a las necesidades del servicio como a las pasiones del alcalde, varón de excelsos pensamientos, consagrados casi enteramente a Venus, que premia las condescendencias de Vulcano con el presupuesto municipal; en el paseo del Bombé algunas estatuas de bronce con el ropaje caído, que produjeron grave escándalo a su erección, haciendo pregonar al magistrado Saleta en la tertulia del maestrante que «la media desnudez era cien veces más incitante que la completaen las cabezas de nuestros maduros conocidos algunas hebras de plata, y en el semblante radioso como el arco iris de Manuel Antonio, el más seductor de los hijos de la ínclita ciudad, signos ya evidentes de que su belleza pronto se desvanecerá como un sueño feliz al soplo glacial de la mañana, como los copos de nieve que caen suavemente en el silencio de un día triste de invierno.

Estaba forjada en el yunque Calderoniano con el martillo de la dignidad social, por las manos duras de la religión. No cabían en ella las viles condescendencias que son el fruto amargo de una de las maneras de la civilización. Mientras su hija estuvo prisionera, se le permitía engalanarse, pero no salir del cuarto.

Nazaria, que juntamente con la fiereza tenía la inocencia de la bestia cornúpeta a quien tan fácilmente engaña un vil trapo rojo, se calmó y sintió dolor muy vivo de haber ofendido a su gigante. Así procede siempre, pasando de salvajes cóleras a vergonzosas condescendencias, toda esa gente desalmada, ignorante y tan incapaz de calcular sus intereses como de refrenar sus pasiones.

¡Oh!, ¡qué mundo, qué mundo aquel tan injusto y tan asqueroso! ¡Con cuánta razón se resistía a entrar en él Lilí, aquel ángel del Señor tan puro y tan bello!... Y a este recuerdo, con la rapidez con que se muda la decoración en una comedia de magia, sustituyó en su mente la imagen de la niña al Madrid injusto y asqueroso que provocaba sus iras, y quedaron frente a frente, embargando todo su entendimiento, la celestial figura de Lilí, derramando luz vivísima del cielo, y el montón de lodo repugnante y hediondo, la charca sucia y cenagosa que acababa de formar ella con tanta saña, haciendo examen general de toda su vida... Currita creyó ver una cloaca a la pura y rosada luz del alba, creyó ver el infierno a la luz del paraíso y se sintió confundida y se juzgó condenada; porque aquel montón de lodo era ella misma y aquel resplandor de Lilí era la luz de Dios, único criterio de moral, independiente de míseras condescendencias sociales, a que deben de ajustarse los actos humanos.

Creíamos que milord se había marchado a Inglaterra. Y me alegré, señor me alegré dijo el más joven porque no quiero compromisos, y milord me está comprometiendo. Acabáronse las condescendencias peligrosas. Bueno dijo Gray con desdén. El más anciano preguntó: ¿Entró al fin milord en el seno de la iglesia católica? ¿Para qué?

Currita se mordió los labios comprendiendo que era imposible la lucha con aquel cafre, que parecía complacerse en poner de relieve, con sus crudezas, las vergonzosas condescendencias del mundo, y Jacobo se despidió afectuosamente al comenzar el acto con un ambiguo hasta luego, que dejó a Currita muy complacida.

Yo entiendo, pues, que la mejor reforma que pudieran adoptar los jesuítas sería la de inspirarse en tan sublime y fundamental pensamiento que, sin salir fuera de las vías católicas y sin cobardes condescendencias y transacciones con incrédulos é infieles, hiciese posible la aspiración de Jaime Freeman Clarke al terminar su obra sobre las Diez grandes Religiones, y al proclamar la cristiana como la religión definitiva é imperecedera del humano linaje: que no se amengüe la libertad del espíritu; que no se acepte con ceguedad lo que contradiga al sentido común; que no se achique ó mutile la ciencia por miedo de que triunfe de la fe; que ningún placer inocente, que ninguna natural alegría de la vida y que nada de cuanto hay de hermoso en la literatura, en el arte, en la sociedad y en el hogar doméstico, sea sacrificado; sino que todos los hombres vengan á Jesús y hallen en