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Nada sacaréis de ellos si no os mostráis humildes, sumisos, incondicionales admiradores de sus personas. ¡Ay de vosotros si no os acercáis a tan excelsos caballeros, aparentando que todo lo esperáis de ellos! ¡Ay de quién no les rinda parias! De seguro que nada obtendrá; de fijo que a todo le contestarán con monosílabos, y saldrá de allí colérico y desesperado.

En un cofrecillo muy chico cabían los libros que poseía, siendo el de encuadernación más resentida por el continuo uso y el de hojas más manoseadas, los Santos Evangelios. Ni los Padres de la Iglesia ni los excelsos místicos le deleitaban tanto como aquellos sencillos versículos que ofrecen, a quien sabe leerlos, mundos de pensamientos encerrados en frases sobrias.

Hubo un tiempo, excelsos dioses, en que los soberbios hijos de la tierra pretendieron escalar el Olimpo y arrebatarme el imperio, acumulando montes sobre montes, y lo hubieran conseguido, sin duda alguna, si vuestros brazos y mis terribles rayos no los hubieran precipitado al Tártaro, sepultando á los otros en las entrañas de la ardiente Etna.

Unas cuantas casas-grilleras con adornos de mazapán alzadas por el oro indiano en las inmediaciones del parque de San Francisco; varios trozos de acera en calles que jamás la poseyeran; tres faroles más en la plaza de la Constitución; un guardia municipal suplementario, que debe su existencia no tanto a las necesidades del servicio como a las pasiones del alcalde, varón de excelsos pensamientos, consagrados casi enteramente a Venus, que premia las condescendencias de Vulcano con el presupuesto municipal; en el paseo del Bombé algunas estatuas de bronce con el ropaje caído, que produjeron grave escándalo a su erección, haciendo pregonar al magistrado Saleta en la tertulia del maestrante que «la media desnudez era cien veces más incitante que la completaen las cabezas de nuestros maduros conocidos algunas hebras de plata, y en el semblante radioso como el arco iris de Manuel Antonio, el más seductor de los hijos de la ínclita ciudad, signos ya evidentes de que su belleza pronto se desvanecerá como un sueño feliz al soplo glacial de la mañana, como los copos de nieve que caen suavemente en el silencio de un día triste de invierno.

Debieran estos nombres escribirse con letras de oro en los antipáticos salones de la Vicaría, para eterna ejemplaridad de las generaciones futuras, y debiera ordenarse que los sacerdotes, al leer la epístola de San Pablo, incluyeran algún parrafito, en latín o castellano, referente a estos excelsos casados.