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Actualizado: 16 de mayo de 2025
En los periódicos elegantes no cabían las listas de tantas y tantas ropas, de tantas alhajas, de tantos muebles, de tantos caprichos de arte, comprado esto, regalado lo otro, tanto en París, cuanto en Viena; aquello, de Florencia; de Londres, lo de más allá; de Bruselas, los encajes; del mismísimo Japón y del propio Sevres, las porcelanas; de Bohemia, la cristalería de color; de puro rocío cuajado, la de mesa; lo que costaba el traje de novia, blanco como los ampos de la nieve; lo que podría comprarse, para avío de dos docenas de familias mal acomodadas, con lo que valían las joyas y el trousseau que regalaba el novio, sin contar con otro tan lucido que acababa de recibir «la hermosa prometida», como regalo de sus padres... Todo lo fisgoneaban, todo lo sabían y todo lo conocían por adentro y por afuera, por arriba y por abajo, los diligentes revisteros, y de todo escribían sin tregua ni descanso, sin calo ni medida, mojando la áurea pluma en «ámbar desleído» y sahumando el papel con nubes olorosas de mirra y algalia del Oriente.
Por lo demás, los alumnos estan convencidos de que aquellos instrumentos no se han comprado para ellos; ¡buenos tontos serían los frailes!
Ya tenemos a nuestro filósofo en campaña dijo Sofía con mal humor . ¿Qué sabes tú lo que yo he hecho ni lo que he dejado de hacer? No te enfades, querida replicó Golfín ; todos mis argumentos van a parar a un punto, y es que debías haberle comprado zapatos a la Nela. Pues mira, mañana mismo se los he de comprar. No, porque esta misma noche se los compraré yo.
El hacía memoria con facilidad de las cosas que había comprado en su vida, á pesar de ser tantas. Sus ojos buscaban ahora lo personal, lo que podía evocar la imagen del ausente. Y se fijaron en los cuadros apenas bosquejados, en los estudios sin terminar que llenaban los rincones.
Por la noche se la dio a su marido, diciendo con afectada naturalidad: Toma; luego dirás que no me acuerdo de ti. ¿Dónde has comprado este tabaco? Respondió que a una prendera amiga suya que lo vendía de contrabando. La había hallado en la calle y habían hecho mercado en un portal para evitar indiscreciones. Pero a los dos o tres días su padre lo echó de menos y se armó el consiguiente tumulto.
Vuestra es, yo la he comprado. Por cierto la compra es bella, Si qual hermosa, es honesta. Decid, señor, quanto cuesta? Dado he mil doblas por ella. Espera ser rescatada? De muy rica tiene fama. Su nombre? Silvia se llama. Es doncella, ó es casada? Casada soy, y doncella. Cómo es eso, Silvia, dí? Señora, ello es ansi, Que ansi lo quiso mi estrella.
¡Sí, sí! ¡Aquí está el gran misterio!... No hay más que abrir y mirar... Pero yo no puedo mirar; yo, que he hecho dar tales pasos gigantescos a la ciencia, me veo precisado a detenerme delante de esta pequeña barrera... Necesito cruzarme de brazos y aguardar con paciencia que llegue otro a recoger la gloria del descubrimiento... ¿Y para esto he pasado los días y las noches contemplando con el microscopio los cerebros de tanto organismo? ¿Para eso he comprado a peso de oro a los mozos del hospital la masa encefálica de más de un cadáver?...
Las minas de hierro y de carbón que empezaban a explotarse en aquella provincia por entonces, daban mil chascos a cada momento, y no pocos de ellos redundaron en perjuicio de las acciones de Emma que Nepomuceno había comprado, siempre diligente en el cuidado de la hacienda de su antigua pupila.
Cuando la interrogaban, ponía una cara adusta, y golpeando el suelo con el pie, se quedaba mirando en el vacío. La hermana superiora venía, inquieta, y le preguntaba, acariciándola con dulzura: ¿Qué tiene, Adrianita? ¿Ya no le reza al Señor? No, no, porque ha dejado que me compre el diablo. Y no daba otra explicación: la había comprado el diablo y ella estaba perdida para el cielo.
Señorita, vengo a darle cuenta del billete que me entregó por la mañana. ¡Ah! sí... el billete... ¿De cuánto era? De diez duros. Bien, ¿qué ha comprado V.? Los botones para el vestido de la niña, han costado veintisiete reales... ¿Qué más? La sombrilla de miss Ana, que he pagado yo; no la han querido dar menos de tres duros. Bien; son cuatro duros y siete reales.
Palabra del Dia
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