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Actualizado: 16 de mayo de 2025


No se sabía por qué para la antigua industria se habían comprado tantas hectáreas; pero ello había sido una fortuna... para la industria nueva, que, a bajo precio, había podido adquirir lo que la fábrica de pólvora necesitaba y lo que a la otra no le servía para nada.

La duquesa de Requena había mejorado bastante en unos baños de Alemania, adonde su marido la había llevado. Desde que tenía hecho testamento a favor de su hijastra, éste la prodigaba extremados cuidados, sabiendo cuánto le importaba su vida. Los negocios del célebre especulador marchaban también prósperamente. La mina de Riosa se había comprado como él pretendía, al contado.

Eso lo han inventado ustedes los clérigos... para turbar la paz de esta hora... de esta hora dichosa... Pero yo la he comprado demasiado cara para desprenderme de ella... Hubo otro largo silencio. El enfermo volvió a cerrar los ojos. Aparte de cierta extraña agitación en los dedos, su actitud tranquila confirmaba el sentido de sus palabras.

Un día de opulencia se encontró con Julio Camba. Villaespesa tenía un aire de gran señor, llevaba bajo el brazo un formidable envoltorio. Acabo de cobrar un libro y... me he comprado doce mudas.

Los labradores traían otras cosas, que daban indicio y señal que venían de alguna villa grande, donde las habían comprado, y las llevaban a su aldea; y así estudiantes como labradores cayeron en la misma admiración en que caían todos aquellos que la vez primera veían a don Quijote, y morían por saber qué hombre fuese aquél tan fuera del uso de los otros hombres.

Doña Paula entró en el despacho. Hablaron de los negocios del comercio, de los asuntos de Palacio, de muchas cosas más; pero nada se dijo de lo que preocupaba al hijo y a la madre. «No se podía hablar de aquello» pensaba él. «No se podía hablar de aquello, ni a solas» pensaba ella. La madre lo sabía todo. Había comprado el secreto a Petra.

Sólo para esta broma había comprado y traído el estereoscopio. Hojeda apartó instantáneamente los ojos horrorizado, y encarándose con el coronel, le preguntó con retintín: ¿Y le gusta a V. esto, coronel?... ¡No están malas columnas! El coronel le miró sorprendido. A ver, a ver... dijeron todos. Romillo volvió a colocar la vista primitiva, que fue muy celebrada.

Desaparecían igualmente las altas botas oliendo a sebo, las camisas rojas ceñidas al talle por una cuerda, los gorros de piel, las sacerdotales hopalandas. Todos se mostraban unificados por el sombrero hongo y el terno de lanilla comprado previsoramente en un almacén de Europa. Mujeres y chiquillos eran empujados casi a viva fuerza al baño obligatorio con rudos fregoteos de jabón.

Son cuarenta y tres... ¿Ha comprado V. el jabón? Nada más que una pastilla... no me acordaba si la señora me había mandado comprar dos o una... Le había mandado comprar dos; pero no importa... ¿Dónde la ha puesto V.? En la alcoba, sobre la mesa de noche. Al pronunciar estas palabras entró en la alcoba para buscar la pastilla. Cuando llegó cerca de la mesa, dio un grito de terror.

Aunque soy viudo y estoy solo, procuro que mi vivienda tenga cierto confort, lo mismo que una de Buenos Aires. Entre á verla. He comprado nuevas cosas. La última vez no la visitó usted toda. Watson tuvo que seguirle, convencido de que daría un disgusto al contratista si no admiraba una vez más su casa.

Palabra del Dia

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