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Actualizado: 8 de junio de 2025
El respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo, sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo. Como estuvimos en Salamanca algunos días, paresciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí y, cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dió su bendición y dijo: "Hijo, ya sé que no te veré más.
Entonces comencé a tratarle con despego; ¿sabe usted por qué? Me hubiera muerto de vergüenza si hubiera adivinado usted que yo le amaba. Esto no entraba en nuestros tratos. Durante todo el viaje no pensé más que en darle disgustos. ¿Cree usted que me hubiera conducido con tanta ingratitud de serme usted indiferente?
Me parecía evidente que él y Marta se amaban, y sobrecogida por la vibración misteriosa con que la idea del gran desconocido llena a los seminiños de mi edad, comencé a representarme la manera cómo había podido nacer ese amor. Corría a través de los bosquecillos silvestres del parque y me decía: Aquí es donde se han paseado secretamente.
¡Bienvenido, primo mío! exclamó acercándose y dándome una palmada en el hombro, sin cesar de reírse. Muy disculpable es mi sorpresa, porque no todos los días ve un hombre su propia imagen contemplándole frente a frente. ¿Verdad, señores? Espero no haber incurrido en el desagrado de Vuestra Majestad... comencé a decir. ¡No, a fe mía!
Luego que yo la vi, le tomé una mano y la comencé a besar, y el renegado hizo lo mismo, y mis dos camaradas; y los demás, que el caso no sabían, hicieron lo que vieron que nosotros hacíamos, que no parecía sino que le dábamos las gracias y la reconocíamos por señora de nuestra libertad. El renegado le dijo en lengua morisca si estaba su padre en el jardín. Ella respondió que sí y que dormía.
Todos los que allí había, en vez de dirigirse a mí, se lanzaron hacia él y le sujetaron. Observelos pálidos y con señales de terror en el rostro. La niebla que tenía en la cabeza se me disipó. Vagamente comencé a entender que había hecho algo más grave de lo que a primera vista parecía. No sabía dónde estaba esta gravedad, pero la adivinaba.
Mis parientes se dieron mucha prisa en enterrar a mi padre; a eso de las cinco de la tarde comencé a sentir el murmullo de voces y pasos de gentes que entraban.
Como venía cansado, bien pronto comencé a bostezar; me tendí sobre el lecho, envuelto en mis pieles, hice la señal de la cruz y me dormí pensando en los brazos blancos de la generala y en sus ojos verdes de sirena. Sería la media noche, cuando me despertó un rumor lento y sordo que envolvía la barraca, como un fuerte viento en una arboleda o una mar gruesa batiendo un paredón.
Era ya bien corrida la una de la tarde cuando volví a cabalgar. Repasé el puente, y sin dirigir la vista al camino real que dejaba a mi izquierda, comencé a desandar aguas arriba lo que había andado por la mañana aguas abajo. Al llegar a Robacío, vi que me esperaba en la brañuca contigua a la portalada de marras, toda la familia de la casona aquélla, con el padre en primer término.
Siendo ya en este tiempo buen mozuelo, entrando un día en la iglesia mayor, un capellán della me recibió por suyo, y púsome en poder un asno y cuatro cántaros y un azote, y comencé a echar agua por la cibdad.
Palabra del Dia
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