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Actualizado: 8 de junio de 2025


Pues yo no me voy sin verla, me dije, y pian pianito, comencé á pasear la calle sin perder de vista la casa, con la misma frescura que un cadete de Estado Mayor. Después de todo, aquí nadie me conoce me iba repitiendo á cada instante, á fin de comunicarme alientos para seguir paseando. Además, yo no tengo nada que hacer ahora; y lo mismo da vagar por un lado que por otro.

Al cabo de algunos meses de este régimen inflexible, llegué a un estado de salud artificial y de solidez de espíritu que me parecía apropiada para emprender mucho. Comencé por saldar mis cuentas con el pasado. Ya sabe usted que había tenido la manía de los versos.

Mi madre me inculcó la idea de que mi posición me obligaba a ser más rígido que los demás. Yo, en el fondo, era un muchacho atolondrado, de buen corazón, aunque un tanto violento. Muy joven comencé a navegar, y en el barco tuve que ir olvidando cuantas enseñanzas me dio mi madre. Mi vida, en los primeros años de navegación, fué muy intensa.

Afecté no advertirlo y, envolviéndome en una nube de humo, comencé a hacerle preguntas con fingida indiferencia. D. Sabino estaba con tantas ganas de servirme, que se pasó de amable. También daba feroces chupetones al cigarro para disimular su turbación, que no tardó en desaparecer. Me enteró de todo lo que quise y no quise saber.

»En el momento de salir, me advirtió don Santiago que su hijo no había vuelto aún a casa, pero que no tardaría, porque era ya la hora de comer para ellos; le rogué que no le ocultaran que había estado yo allí, y comencé a bajar la escalera. »Al llegar a la meseta del entresuelo, me encontré con Ángel, que subía. Dios, aunque me castigaba, no me dejaba todavía de su mano.

En lo gordo se os echa de ver que sois nuevo. ¿Qué tiene esto de refectorio de Jerónimos para que se críen aquí? Yo, con esto, me comencé a afligir, y más me susté cuando advertí que todos los que vivían en el pupilaje de antes estaban como leznas, con unas caras que parecía se afeitaban con diaquilón. Sentóse el licenciado Cabra y echó la bendición.

Enseñólos, y dióles esto a todos tanta risa, que no querían salir de la posada. Al fin, ya eran las dos; y como era forzoso el caminar, salimos de Madrid. Yo me despedí de él, aunque me pesaba, y comencé a caminar para el puerto. Quiso Dios que, por que no fuese pensando en mal, me topé con un soldado. Luego trabamos plática; preguntóme que si venía de la Corte.

Aquí de mi inglés, me dije, y comencé: Señorita, según lo que he oído al caballero que acaba de bajar, y creo que es su padre de usted, usted tiene el billete de una de las dos camas de esta división. Ahora bien, como yo tengo el de la de abajo, que por muchos motivos es la más cómoda, suplico a usted quiera permitirme que le proponga un cambio.

La molestia de los oídos se compensa muy bien con el placer de los ojos». Cuando la madre hubo concluido su relación, o al menos cuando creí que la había concluido, tomé la palabra y, recordando medianamente las lecciones de mi profesor Tejeiro, comencé a soltar por la boca una granizada de términos técnicos, que yo mismo quedé asombrado.

CIPIÓN. Para saber callar en romance y hablar en latín, discreción es menester, hermano Berganza. BERGANZA. Así es, porque también se puede decir una necedad en latín como en romance. CIPIÓN. Dejemos esto, y comienza a decir tus filosofías. BERGANZA. Ya las he dicho: éstas son que acabo de decir. CIPIÓN. ¿Cuáles? BERGANZA. Estas de los latines y romances, que yo comencé y acabaste.

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