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Actualizado: 8 de junio de 2025


»Llamé, pedí el carruaje y comencé a vestirme para salir... ¡No me atreví a preguntar por mi hija, y no la echaba de la memoria un solo instante! ¿Qué haría, la desdichada, desde que yo la había dejado en el suplicio de su honda pesadumbre y sin alientos para llorar!

Si hasta entonces no habían sido muy ardientes mis convicciones políticas, en aquella hora de peligro y de adversidad comencé á sentir vivamente hacia qué partido se inclinaban mis predilecciones; y no sin cierto dolor y vergüenza llegué á vislumbrar que, según cálculos razonables, tenía yo más probabilidades de conservar mi destino que mis otros correligionarios políticos.

Cuando tomo un libro, obligándome a misma a leer, ocurre que al poco rato ni lo que estoy leyendo. Comencé una novela que, según dice Zoraida, es interesantísima. No he podido pasar del segundo capítulo. Han dejado de interesarme, ahora, los dramas puramente imaginados y la hermosura del estilo me entristece, no porqué.

En vez de decirle: «Porque yo la adoro a usted, y sería para una horrible desgracia esa renovación que me arranca toda esperanza de ser algún día amado por usted», comencé a balbucir como un doctrino, concluyendo por decir una sarta de necedades que sólo al recordarlas me pongo colorado.

Entonces comencé a caminar por aquella soledad, enterrándome en el fango y cortando a través de matorrales encharcados. La sangre de la oreja caía sobre mi hombro; la ropa enlodada se me pegaba a la piel, y a veces en la sombra, me pareció ver brillar ojos de fieras.

En efecto, tardó en volver, y yo comencé a sentirme agitado y algo pesaroso de lo hecho. ¿Qué diría el conde al saber que un quídam, con quien no había cruzado la palabra siquiera, venía a molestarle para un asunto tan baladí e impropio de sus años y jerarquía? Entonces vi la fase ridícula de mi proyecto, y me sentí fuertemente avergonzado.

, , yo comencé la obra.... Y además, mi ineptitud, mi ignorancia de las cosas más importantes de la vida... los números... el dinero... las cuentas... ¡prosa, decía yo! ¡El arte, la pasión! eso era la poesía... ¡Y ahora el hijo me nace arruinado! Emma se movió un poco y suspiró, como refunfuñando. Bonis estuvo un momento decidido a despertarla. Aquello corría prisa.

Quiso Dios cumplir mi deseo y aun pienso que el suyo; porque, como comencé a comer y él se andaba paseando, llegóse a y díjome: "Dígote, Lázaro, que tienes en comer la mejor gracia que en mi vida vi a hombre, y que nadie te lo verá hacer, que no le pongas gana, aunque no la tenga." "La muy buena que tienes, dije yo entre te hace parescer la mía hermosa."

Me habló de que por tu mano había recibido un manuscrito de su padre, y prometió enviármelo. ¿Y se lo envió a usted? ; lo he leído ya; por cierto que no qué hacer con él. Creo que eres el más indicado para guardarlo. De manera que llévatelo. Cogí el manuscrito, lo llevé a casa y comencé a leerlo en seguida. LIBRO S

Pues yo no me voy sin verla, me dije, y pian pianito, comencé a pasear la calle sin perder de vista la casa, con la misma frescura que un cadete de Estado Mayor. Después de todo, aquí nadie me conoce me iba repitiendo a cada instante, a fin de comunicarme alientos para seguir paseando. Además, yo no tengo nada que hacer ahora; y lo mismo da vagar por un lado que por otro.

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