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Actualizado: 2 de junio de 2025


Era ya bien corrida la una de la tarde cuando volví a cabalgar. Repasé el puente, y sin dirigir la vista al camino real que dejaba a mi izquierda, comencé a desandar aguas arriba lo que había andado por la mañana aguas abajo. Al llegar a Robacío, vi que me esperaba en la brañuca contigua a la portalada de marras, toda la familia de la casona aquélla, con el padre en primer término.

Abrevié la despedida cuanto pude, condensando mis expresiones de cordial agradecimiento hasta la avaricia, por temor a los lujos verbosos de la hermana de Neluco, que en lo más nimio hallaban causa para desbordarse; cabalgué de prisa deslizando en la mano del chicuelo que me tenía el estribo una moneda de plata sin que lo viera su madre, dádiva que le llenó de asombro y de zozobra hasta enrojecerle la cara y dejarle tambaleándose, por lo que le costó mucho trabajo abrirme la portalada; y en cuanto la vi de par en par, pagué con una sonrisa y una sombrerada los últimos ofrecimientos de la inagotable matrona; salí a la brañuca de afuera oyendo las despedidas de adentro «hasta la tarde»; piqué sin compasión al jamelgo, y tomé el camino río abajo como si me persiguieran lobos de rabia.

Acordéme entonces de Neluco y de Chisco, y supuse que la casa del primero sería una grande, de «cuatro aguas», que no distaba mucho del camino; y supuse bien, según respuesta que dio a una pregunta que le hice, un muchachuco más guapo que limpio de cara y de vestido, que jugaba, con otros de pelaje aún más humilde, en una brañuca próxima a la portalada.

Palabra del Dia

irrascible

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