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Tengo que confesar que abrevié la existencia oficial de más de uno de estos venerables servidores de la República. Á petición mía, se les permitió que descansaran de sus arduas labores; y poco después, como si el único objeto de su vida hubiera sido su celo por el servicio del país, pasaron á un mundo mejor.

Contó ella lo de Juanito Santa Cruz, pasando no poca vergüenza, y dando a conocer la triste historia incoherente. «Abrevie usted. Hay muchos pormenores que ya me los , como me el Catecismo... Que le dio a usted palabra de casamiento y que usted fue tan boba que se lo creyó. Que un día la cogió descuidada y sola... Bah, bah... lo de siempre.

Para honor de su ingenio, para gloria De su florida edad, para que admire Siempre de siglo en siglo su memoria, En este gran sugeto se retire Y abrevie la esperanza deste hecho, Y Febo al gran VALDES atento mire. Verá en él un gallardo y sabio pecho, Un ingenio sutil y levantado, Con que le dexe en todo satisfecho.

Entonces la voz del Rey, cavernosa y débil, muy distinta de aquella otra tan alegre que había oído en el bosque de Zenda, contestó: Ruegue usted a mi hermano que me mate, que abrevie esta muerte lenta. El Duque no desea la muerte de Vuestra Majestad replicó burlonamente Dechard; a lo menos... por ahora. Si llega el momento, allí está el camino que lleva derecho a la gloria. Está bien dijo el Rey.

Habiendo dado a luz en cualquier parte, bajo un cobertizo, un niño... Abrevie usted, si le es posible, señor defensor dijo el presidente . Sabemos desde el principio que Karaulova es una prostituta. Los señores jurados no son unos niños y comprenden muy bien, sin que haya que explicárselo, cómo se llega a prostituta.

Abrevié la despedida cuanto pude, condensando mis expresiones de cordial agradecimiento hasta la avaricia, por temor a los lujos verbosos de la hermana de Neluco, que en lo más nimio hallaban causa para desbordarse; cabalgué de prisa deslizando en la mano del chicuelo que me tenía el estribo una moneda de plata sin que lo viera su madre, dádiva que le llenó de asombro y de zozobra hasta enrojecerle la cara y dejarle tambaleándose, por lo que le costó mucho trabajo abrirme la portalada; y en cuanto la vi de par en par, pagué con una sonrisa y una sombrerada los últimos ofrecimientos de la inagotable matrona; salí a la brañuca de afuera oyendo las despedidas de adentro «hasta la tarde»; piqué sin compasión al jamelgo, y tomé el camino río abajo como si me persiguieran lobos de rabia.