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Actualizado: 23 de junio de 2025
Medio ciega ya y muy temblona de manos, la madre no podía hacer más que niños, o sea la envoltura del cigarro; la hija se encargaba de las puntas y del corte, y entre las dos mujeres despachaban bastante, siendo muy de notar la solicitud de la hija y el afecto que se manifestaban las dos, sin hablarse, en mil pormenores, en el modo de pasarse la goma, de enseñarse el mazo terminado y sujeto ya con su faja de papel, de partir la moza la comida con su navaja, y de acercarla a los labios de la vieja.
Cierta tarde de verano hallábase Miguel sentado en una de las sillas del Prado con el cigarro en la boca disfrutando voluptuosamente de la amenidad del sitio y de la temperatura, que no podía ser más agradable en aquella hora. El vasto salón arenoso comenzaba a poblarse de los que como él salían después de comer a gozar del fresco.
Se guardó el cigarro bajo la blusa, y el recuerdo de este compañero, que a aquellas horas vagaba seguramente muy lejos de allí, le hizo sonreír con una alegría feroz. El vino había animado a Plumitas. Era otra su cara. Los ojos tenían unos reflejos metálicos de luz inquietante. El rostro mofletudo contraíase con un rictus que parecía repeler su habitual aspecto de bondad.
Clara escucha ruborizada estas nobles palabras y murmura: Gracias, gracias, tío Leandro... Gracias todos. Jamás les olvidaré y espero que pronto nos hemos de ver. Y volviéndose a un criado añadió: Ve al comedor y bájame champagne y cigarros. Quiero que ustedes beban una copa y fumen un cigarro a mi salud y a la de mi marido.
Olmedo no podía aguantar más la horrible desazón, el asco y el vértigo que sentía; pero continuaba con el cigarro en la boca haciendo que tiraba de él, pero sin chupar cosa mayor. Feliciana, por su parte, había empezado a campar por sus respetos. Lo dicho, la honradez y el amor eran cosas muy buenas; pero no daban de comer. El calavera de oficio no se permitió aquella noche ninguna barrabasada.
No seas tonto; nada de ensartar. A concluir pronto, aunque sea con un rasguño. En aquel momento terminaban las bromas y estallaba el compañerismo. El conde encendió un cigarro puro con toda calma y dijo con la mayor naturalidad: Hasta luego, señores. Había una parte efectiva de valor en aquella actitud serena, imperturbable del conde; pero había también buena porción de esfuerzo y estudio.
Pilar Balsano fumaba, haciendo figuras, otro cigarro no tan fuerte, pero sí tan largo como el de la duquesa, y Carmen Tagle se desquijaraba chupando un entreacto que se mostraba algún tanto rebelde. Está visto que no tira dijo de pronto.
Sí, me parece que he conocido en Málaga a una parienta de usted. ¿No tiene usted una prima que se llama María León? Es tía mía, prima de mi madre. ¿Es usted de Málaga? Sí, señora. Y siguió la conversación, animándose cada vez más, él con una amabilidad que a mí me parecía brutal, soltándole el humo del cigarro a la cara; ella con perfecta naturalidad, como si le hubiera conocido toda su vida.
Todo se oscureció, cielo y tierra, y el sol y la luna cayeron, como ascuas de un cigarro... Ella y yo nos separamos: leguas y más leguas, días y días y más días se pusieron entre nosotros; yo alargaba los brazos ansiando tocarla con mis manos; pero mis manos no tocaban sino el vacío. Ella subió y yo me quedé donde estaba.
Hombre, ¿cree usted que una mujer con esos ojos asesinos... y ese aire... y esa gracia, ha nacido para encerrarse en un claustro? Alzó los hombros desdeñosamente. ¿Y no tiene usted más datos que esos para creer lo contrario?... Es poco, compadre dijo, dando un chupetón al cigarro y soltando el consabido chorrito de saliva.
Palabra del Dia
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