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Actualizado: 23 de junio de 2025
Delante de nosotros ha pasado un indio que se ha parado á encender un cigarro en una de las muchas luces que hay en la caída, á pesar de ser las cuatro de la tarde; aquella parada, desde luego nos da á conocer no habrá bautizo, ni necesidad de preparar agua de socorro.
Ella era también como aquel cigarro, una cosa que no había servido para uno y que ya no podía servir para otro. Todas estas locuras las pensaba, sin querer, con mucha formalidad. Las campanas comenzaron a sonar con la terrible promesa de no callarse en toda la tarde ni en toda la noche. Ana se estremeció.
Bajó a los Campos Elíseos, mascando un cigarro apagado, viéndolo todo color de fuego. Veinte minutos después entraba al Círculo y encontrábase allí con algunos de los convidados de la mañana; entre otros a los señores de Monthélin y Hermany. Encerrose con ellos en un saloncito reservado.
Tampoco esta cínica replica alteró a la bella, que en el mismo tono de mal humor dijo: Ya lo creo. Y cuantos más años tengas, más caros te irán saliendo.... Dame un cigarro. El duque sacó la petaca. No traigo más que tabacos. No quiero eso.... Ahí, sobre ese chisme de escribir, debe de haber. Tráeme.
Rivera manifestó Utrilla, comenzando a pegar feroces chupetones al cigarro, no sabe V. lo que a mí me alarmó verle pasear la calle de su hermanita.
¿Le habrá hecho a V. daño el cigarro? le preguntó Miguel. ¡Cá, no señor!... No comprendo lo que pudo ser... Acaso el ron que me dieron estaría malo. Sin embargo, el cigarro... V. escupía mucho... No señor, no; estoy acostumbrado. Viéndole aún bastante pálido y desfallecido, Miguel llamó a un coche de punto, le hizo subir a él y le condujo a su casa, situada en la calle del Sacramento.
Un domingo, cuando Morales, sentado en la orilla, terminaba de fumar un cigarro paraguayo, que hacía caer por las comisuras de sus labios dos chorros de zumo negro, Jaramillo se echó al río. Morales, por estar en alto, pudo ver algo obscuro y enorme que se deslizaba entre dos aguas con la velocidad de un torpedo, viniendo en ángulo recto al encuentro del nadador.
Miguel, que era el que atacaba, se sintió fatigadísimo; tanto, que lo hizo presente en voz alta, y los padrinos les obligaron a suspender y les dieron diez minutos de descanso. Durante ellos, Miguel se vistió el gabán y se fue a fumar un cigarro en un banco con la mayor tranquilidad, en la apariencia, en realidad muy irritado por aquel extraño procedimiento de su contrario.
Con los ojos medio cerrados y aspirando voluptuosamente el humo del cigarro, iluminado su rostro siempre por la misma sonrisa beata, iba amontonando noticia sobre noticia, todas ellas de tan poco momento que concluí por distraerme y pensar en mi cara monja.
Si al menos la dejara salir a la calle siempre que ella quisiera indicó Relimpio embuchándose el café, mientras el otro se rompía las mandíbulas para sacar humo del duro cigarro Pero quia, quia. Tiene que valerse de mil tretas para salir. La pobre lleva ya tres meses de esta vida y no sé cómo aguanta. ¿Al teatro?
Palabra del Dia
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