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Actualizado: 23 de junio de 2025


Sa-Tó, ahora quiero reposo, silencio y un cigarro caro... El intérprete inclinóse; y por una escalera de granito me llevó a las murallas de la ciudad, las cuales forman una explanada que cuatro carros de guerra apareados podrían recorrer durante leguas.

Después del rigodón vino un wals. Ronzal se retiró a fumar un cigarro de papel.

Agrupáronse todos en torno a Currita, que se había sentado junto a la duquesa, desairando una taza de que le ofrecían; pidió en cambio una copita de whisky, porque era de rigor en aquel tiempo, entre algunas damas elegantes que pretendían formar el cogollito de la crème, fumar y empinar de lo lindo, con mucha distinción y gracia. El respetable Butrón le ofreció un cigarro.

Batiste, solo bajo la parra, sin abandonar su postura de oriental impasible, mordía su cigarro, siguiendo con los ojos la marcha de la procesión.

Púsose a mascullar nerviosamente el cigarro y a azotar con el látigo las florecillas, cuyas tiernas hojas se desparramaban por el suelo desgarradas y marchitas. Juana, mientras tanto, lloraba bajito y profería hondos sollozos que agitaban sus hombros.

Casi tendida ésta en una chaise-longue, quejábase de jaqueca, fumando un rico cigarro puro, cuya reluciente anilla acusaba su auténtico abolengo: tenía sobre las faldas, sin anudarlo, un delantillo de finísimo cuero y elegante corte, para preservar de los riesgos de un incendio los encajes de su matinée de seda cruda, y sacudía de cuando en cuando la ceniza en un lindo barro cocido, que representaba un grupo de amorcillos naciendo de cascarones de huevo en el fondo de un nido.

Una piedra; magnífico asiento para echar un cigarro, esperando a que salga la luna.

Lugones, que es de carácter travieso, se da vuelta hacia su compañero de suplicio, y le dice con la mayor compostura: «Pásame, compañero, la tabaquera; ¡pitemos un cigarroEn fin: la disentería se declara en Tucumán, y los médicos aseguran que no hay remedio, que viene de afecciones morales, del terror, enfermedad contra la cual no se ha hallado remedio en la República Argentina hasta el día de hoy.

Me ha pedido fuego para un cigarro, contestó temblando la traperita. Yo creí deber atajar la conversación. ¿Es usted la señora Adela? la dije. , señor: ¿qué se le ofrece a usted? contestó secamente. Necesito hablar con usted a solas. ¡Ah! ¡Necesita usted hablarme! Pues vamos. Y se puso en marcha. Noté que la traperita arrojaba sobre aquella mujer y sobre , una mirada llena de ansiedad.

Después escribió otra con sobre a Cecilia. Cerradas y colocadas sobre la mesa en primer término, para que se vieran pronto, sacó un pitillo, lo encendió a la luz de la bujía, y comenzó a pasear por la habitación. Antes de concluir el cigarro lo arrojó. Abrió el cajón de la mesa, y sacó el revólver que allí guardaba. Al acercarlo a la luz vió que estaba descargado, lo que no dejó de sorprenderle.

Palabra del Dia

irrascible

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