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Actualizado: 23 de junio de 2025


Al balandro, como un papel de cigarro, puede; pero a nosotros, dificilillo es a la simple vista... Agárrese usted, Nieves, que hay mucha trapisonda y son muy fuertes los balances.

La tarde llegó; después de comer, el señor de Maurescamp jugaba un rato con su hijo Roberto en el pequeño salón botón de oro, de su mujer, y en seguida iba, como era su costumbre, a fumar un cigarro al boulevard. Juana continuó ejecutando febrilmente en el piano, una serie de valses y mazurcas, mientras que su hijo, vestido de blanco y con cinturón punzó, daba saltos con su aya inglesa y Toby.

Llegó un instante en que no tuvo un solo ochavo en el bolsillo. Nada dijo. Aquel día no fumó; al día siguiente tampoco. Su mujer lo observó al cabo y le preguntó la causa. No estaba bien del estómago, le repugnaba el cigarro. Pero ella, no fiándose, le registró los bolsillos cuando se hubo dormido y los halló vacíos. ¡Pobre Mario! Lloró en silencio largo rato.

El clérigo no contestó; pero en sus ojos brilló una chispa de malicia, que me indicó que sólo callaba por prudencia. Bien dije después de chupar tres o cuatro veces el cigarro en silencio. Pues lo único que le ruego, por ahora, es que no se moleste a la hermana.

Lo dudaba, después que el señor Aubry se había ido; pero el fuego del cigarro que brillaba aún entre el césped, lo tranquilizó. ¿Así, pues, el señor Aubry y Jaime, no se indignaban ante la idea de que el huérfano pudiera un día convertirse en un hijo y en un hermano?

Al fin, sacando la petaca y ofreciéndole un magnífico cigarro habano, abordé el asunto. Pues mi objeto al venir a verle dije, como si no hubiera pasado nada antes era que usted me enterase de ciertas particularidades referentes a una de las profesoras del colegio, la hermana San Sulpicio. Con mucho gusto repuso algo avergonzado.

Muy señor mío añadía don Simón, quitándose los guantes, abriendo las solapas y dando un cigarro al campesino, para lucir tres cosas de un golpe: su rumbo, su cadena y sus diamantes.

Butrón, un cigarro dijo, y con el aplomo de un veterano, de repente, sin preámbulos, hizo estallar esta bomba: Está nombrada la camarera mayor de Palacio. La sorpresa hizo saltar de sus asientos a damas y caballeros, y desapareció como por ensalmo la jaqueca de la duquesa. ¿Quién es?... Pero ¿quién podía ser?...

El duque, en su distracción, había hecho un rollo del papel en que estaban escritos sus versos, que María no había reclamado. ¿Vais a hacer un cigarro con el soneto? preguntó María. Al menos, así serviría para algo respondió el duque. Dádmelos y los guardaré dijo María. El duque puso en el papel enrollado una magnífica sortija de brillantes. ¡Qué! dijo María , ¿la sortija también?

Lo cortés y comedido de la conversación y la ausencia de humo de cigarro y de tacones de bota en las ventanillas del carruaje, indicaban bien a las claras que albergaba una mujer en su interior.

Palabra del Dia

cabalgaría

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