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Actualizado: 23 de junio de 2025
Por supuesto que el maestro no se descubrió, no se movió de su asiento, no hizo gran caso de nosotros, nos hizo esperar todo lo que pudo, se empeñó en regalarnos un cigarro y en dárnoslo encendido él mismo de su boca; ¡cuántas groserías, en fin, suelen llamarse franquezas entre ciertas gentes! Era por la mañana: la fatiga y el calor nos habían dado sed: entramos en un café y pedimos sorbetes.
Mientras no hundamos a Barbacana, no se hará nada en Cebre. ¡Corriente! Pues facilítenos usted la manera de hundirlo. Ganas no faltan. Trampeta se quedó un rato pensativo, y con la cuadrada uña del pulgar, quemada del cigarro, se rascó la perilla.
Que Dios te proteja y que a mí no me abandone.» Cerró la carta y lo mismo que las otras la guardó en el bolsillo para enviarlas al correo en la oportuna ocasión. Hizo después pedazos la que había dirigido al juez y sacó otro cigarro y de nuevo se puso a pasear, esta vez no con calma aparente sino bien verdadera.
Los labios gruesos y sinuosos y manchados por el zumo del cigarro puro que traía apagado y mordía paseándolo de un ángulo a otro de la boca sin cesar. Podría tener unos sesenta años, más bien más que menos. Venía envuelto en un magnífico gabán de pieles que no había querido quitarse a la entrada por hallarse acatarrado.
Hundía los brazos hasta los codos en los enormes bolsillos de sus mugrientos pantalones, y asomaban entre sus gruesos amoratados labios las húmedas y requemadas hebras de una punta de cigarro, que destilaba, por la barbilla abajo, un regato de negruzca saliva, y, en tanto, fijaba el tal, con expresión estúpida, sus ojuelos verdes en los recién llegados.
Claridad de alegres habitaciones lucía en los huecos, y el balcón principal estaba abierto. Veíase en él una pequeña ascua: era la lumbre de un cigarro. Antes que el doctor llegase, aquella ascua cayó, describiendo una perpendicular y dividiéndose en menudas y saltonas chispas; era que el fumador había arrojado la colilla.
¡Las horas larguísimas del que aguarda con ansiedad!... Se paseó fumando, encendiendo un cigarro en el resto del anterior. Luego abrió la ventana, queriendo borrar este perfume de tabaco fuerte.
La operación, pasados los cuarenta días de penitencia, terminaba por escribir en un papelito, como los de cigarro, ciertas palabras mágicas que él sabía, él solo; luego se soltaba el papelito en el aire, y mientras el viento lo llevaba de aquí para allá, ella y él rezarían devotamente oraciones mochas, sin quitar los ojos del papel volante.
Al quedarse solo encendió otro cigarro, adoptando en su sillón aquella inmovilidad en la que parecía soñar con los ojos abiertos. Sánchez Morueta no supo ciertamente si llegó á dormirse. Era un sopor dulce que no le hacía perder de vista cuanto le rodeaba. Pero en esta actitud, el tiempo transcurría para él inadvertido, y sentía el bienestar del que en nada piensa.
Che, Maltrana; venga para acá, galleguito simpático... Tome uno de hoja. Y le entregó un cigarro enorme, al mismo tiempo que añadía en voz baja: Siéntese, amigo, y conversemos... Diga qué le pareció esta fiesta de los gringos. ¡Qué pavada! ¿no?... Ojeda salió a la cubierta.
Palabra del Dia
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