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Actualizado: 23 de julio de 2025
¡Cómo! dijo Quevedo ; ¿vuecencia sirviéndome de paje? Honroso es servir al ingenio, á la grandeza y al valor. Muy cristiano andáis. ¡Cristiano! Sí, por cierto; dais favores por agravios. No hablemos de eso; no sois vos quien me agraviáis, sino la fortuna que se me os roba. Ahí os queda don Rodrigo Calderón. Calló el duque, y bajando unas escaleras, llegó á un postigo y puso la mano en un cerrojo.
Estaba situada en la plaza del Duque; así que tardamos muy poco en llegar a ella. Por la cancela del portal percibimos ya bastante algazara. Salió a abrirnos una linda criadita de ojos negros y pelo rizoso, mas antes que corriese el cerrojo, una señorita delgada, pálida, de cabellos rubios cenicientos y ojos azules, llegó con presteza y se adelantó a hacerlo.
Pasó entonces un incidente misterioso y sensible, que relataré sencillamente sin esforzarme en darle una explicación. Sobre la mesa de la entrada había un pañuelo de seda, propiedad sin duda de la criada a quien acabo de referirme. Mientras Ah-Fe tentaba el cerrojo con una mano, descansaba ligeramente la que le quedaba libre en la mesa.
Pero antes no estará de más correr este cerrojo, que estamos en casa extraña. Acuéstate y duerme. Con esto se tendió el arquero en su jergón y á los dos minutos dormía profundamente. Imitóle Roger, pensó que serían ya cerca de las tres de la mañana y dormitando se hallaba cuando le pareció que alguien empujaba y hacía crujir la puerta del cuarto, procurando en vano abrirla.
Ella tocó casi el dintel de la habitación, y en aquel momento las dos hojas de la puertecilla se plegaron rápidas como por infernal conjuro y se corrió un pesado cerrojo, cerrándolas en firme, al son de una implacable risa de mujer.... Había llegado Andrés a la casona aquella mañana, desarrapado y sucio, borracho y rendido de fatiga en los bárbaros azares de sus aventuras.
Sólo podía recibirla en el antiguo estrado, pues los demás habían sido desguarnidos por los usureros. Reflexionó, sin embargo, que, a pesar de su vejez y abandono, aquel salón trascendía a grandeza grave y a rancio abolengo. Levantó el cerrojo y entró. Era una cuadra larga y angosta, diversamente alhajada según el estilo flamenco, italiano y mudéjar de los tiempos del Emperador.
Al oír esto San Pedro, volviéndoles la espalda, echó tranquilamente el cerrojo a la puerta del cielo y luego encarándose con el artista y el clérigo les dijo: Vaya, vaya, ¡largo, fuera de aquí los dos! Tú, deán, al purgatorio una temporadita por mal genio; y tú, pintor, tonto de capirote, al limbo, como si fueras niño sin uso de razón. ¡El Trabajo en la catedral! ¡Qué oportuno!
Y, haciendo una lazada corrediza al cabestro, se la echó a la muñeca, y, bajándose del agujero, ató lo que quedaba al cerrojo de la puerta del pajar muy fuertemente.
Sólo se oían sobre los peldaños de piedra los recatados pasos del religioso y del tío Manolillo. En lo alto ya de las escaleras, atravesaron silenciosamente un trozo de corredor, y el bufón se detuvo y llamó quedito á una puerta. Oyéronse dentro precipitados pasos de mujer, y se descorrió un cerrojo. La puerta se abrió.
Lo más particular era que la misma Fortunata, al correr el cerrojo con tanto cuidado, había sentido, allá en el más apartado escondrijo de su alma, un travieso anhelo de volverlo a descorrer.
Palabra del Dia
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