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Según dicho documento había 168 maestros y 111 tratantes que tenían cada uno varios telares de las clases siguientes: Lama de plata con flores de seda 1 Id. id. lisa. 2 Sarga ancha lisa. 26 Id. id. labrada. 53 Id. angosta. 10 Paño de seda. 2 Felpa lisa. 26 Id. labrada. 10 Terciopelo de verano. 5 Raso liso. 1 Damasco. 1 Canutón ó cotonia. 4 Cotonia con plata. 1 Ceñidores. 4 Pañuelos. 12 Anafayas. 3 Estameña. 2 Canicula. 1 Velillo. 1 Mantillas anchas de velillo. 1 Mantos anchos. 18 Tafetan. 95 279

Del Parnaso á 22. de Julio, el dia que me calzo las espuelas para subirme sobre la Canicula, 1614. Servidor de Vm. Apolo Lucido En acabando la Carta, vi que en un papel aparte venia escrito. PRIVILEGIOS, ORDENANZAS, y advertencias, que Apolo envia á los poetas Españoles. Es el primero, que algunos poetas sean conocidos tanto por el desaliño de sus personas, como por la fama de sus versos.

En el centro de un grupo de corpulentos árboles se alzaba un pabellón en donde pasaban durante las calurosas horas de la canícula el abuelo y el nieto largos ratos, entregados unas veces a los ejercicios de la gimnasia y de la esgrima, otras a la lectura.

Al día siguiente, que fue el 25 de Julio, día de Santiago, apretó el calor de una manera horrible. Bringas estaba en mangas de camisa y Rosalía, con una bata de percal muy ligero, no cesaba de abanicarse, renegando a cada instante del clima de Madrid y de aquella exposición a Poniente que había elegido Bringas para su vivienda. ¡Y el cominero tenía la desfachatez de decir que el calor le gustaba, que era muy sano y que compadecía a los tontos que se iban fuera! Aquel mismo día de Santiago el gran economista había anunciado solemne y decididamente a toda la familia que no irían a baños, con lo cual estaba Rosalía más sulfurada que con el calor. ¡Prisionera en Madrid durante la canícula, cuando todas sus relaciones habían emigrado! La alta ciudad palatina estaba ya casi desierta. La Reina se había ido a Lequeitio, y con ella doña Tula, doña Antonia, la mayor y más lucida parte de la alta servidumbre. Milagros y el señor de Pez también estaban preparando su viaje. Se quedaría, pues, sola la pobrecita, sin más amistad que Torres, Cándida y los empleadillos y gente menuda que vivían en el piso tercero... Su excitación era tal, que en todo el día no dijo una palabra sosegada, y todas las que de su augusta boca salían eran ásperas, desapacibles, amenazadoras. Paquito estaba tendido sobre una estera leyendo novelas y periódicos. Alfonsín enredaba como de costumbre, insensible al calor, mas con los calzones abiertos por delante y por detrás, mostrando la carne sonrosada y sacando al fresco todo lo que quisiera salir. Isabelita no soportaba la temperatura tan bien como su hermano. Pálida, ojerosa y sin fuerzas para nada, se arrojaba sobre las sillas y en el suelo, con una modorra calenturienta, desperezándose sin cesar buscando los cuerpos duros y fríos para restregarse contra ellos. Olvidada de sus muñecas, no tenía gusto para nada; no hacía más que observar lo que en su casa pasaba, que fue bastante singular aquel día. Don Francisco dispuso que se hiciera un gazpacho para la cena.

Mucho tenía que ser el del hambre, cuando hubo en la guarnición quien la mitigara acudiendo al remedio en los cadáveres de turcos; mas de todo punto se hacía irresistible el tormento de la sed en aquella abrasada tierra, en el rigor de la canícula, trabajando durante la noche con picos y azadones, peleando durante el día sin reposo de un momento.

Disecamos moscas, respondió el filósofo, medimos líneas, combinamos números, estamos conformes acerca de dos ó tres puntos que entendemos, y divididos sobre dos ó tres mil que no entendemos. Ocurrióles al Sirio y al Saturnino hacer preguntas á los átomos pensadores, para saber sobre qué estaban acordes. ¿Qué distancia hay, dixo este, desde la estrella de la Canícula hasta la grande de Géminis?

Su lenguaje y sus modos, perfectamente adaptados al ardoroso temple de la canícula, aterraron a Rosalía, primeriza en aquella desazón de las amistades culpables. Dígase y repítase en honor suyo. Halló mi calaverón una virtuosa resistencia que no esperaba, pues según su frase, que le más de una vez, había creído que, por su excesiva madurez, aquella fruta se caía del árbol por sola.

Acércate y mírame. ¿Ves cómo me ha puesto el calor del estío; a , tan fuerte, tan poderoso; a , que levanto las olas, que arraso los campos, que no hallo resistencia a mi empuje? Este día de canícula me ha matado; me dormí embriagado con la fragancia de las flores con que jugaba, y aquí me tienes desfallecido.