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Actualizado: 1 de octubre de 2025


El duque, que al abrir se había cubierto con la puerta, cerró murmurando: ¡Que no olvidará la causa por que ha venido! ¡y quien le ha dado la carta de la duquesa de Gandía ha sido mi hija! ¡ese hombre! ¿A dónde tenderá el vuelo don Francisco? Detúvose de repente el duque; había sonado en la calleja ruido de espadas que duró un momento. ¿Qué será? dijo Lerma ; donde va Quevedo van las aventuras.

Todos los que le conocían de vista en los círculos patrióticos le llamaban Coletilla, apodo elaborado en la barbería de Calleja, algunos días después del famoso aditamento que puso el Rey al discurso de la Corona. Aquel apéndice literario, que tan mal efecto produjo, era designado en el pueblo con la palabra Coletilla.

Lo de saltar la tapia ofreció algunas dificultades; pero una noche, por la parte de fuera en la solitaria calleja de Traslacerca, el Tenorio preparó removiendo piedras y quitando cal, dos o tres estribos muy disimulados en el muro, hacia la esquina; hizo también con disimulo fingidas grietas o resquicios que le permitieron apoyarse y ayudar la ascensión, y quedó así vencido el principal obstáculo.

Cuando tengamos ocasión de penetrar en la vida privada de Carrascosa, sabremos algunos detalles de cierta aventura con una beldad quintañona de la calle de la Gorguera, y sabremos también los malos ratos que con este motivo le hizo pasar cierto estudiantillo, poeta clásico, autor de la nunca bien ponderada tragedia de los Gracos. "¿Pues no ha de ocurrir? dijo Calleja.

¡Miserable! ¡debí matarle! gritó don Víctor cuando ya no era tiempo; y como si le remordiera la conciencia, corrió a la puerta del parque, la abrió, salió a la calleja y corrió hacia la esquina de la tapia por donde había saltado su enemigo. No se veía a nadie. Quintanar se acercó a la pared y vio en sus piedras y resquicios la escalera de su deshonra.

Es ya inútil: pasada la sierra, han desaparecido por una extrecha y larga calleja formada por dos frondosas seturas, verde y pintoresco toldo cuyas paredes no pueden atravesar los débiles rayos del sol que va á ocultarse: tampoco se columbra un alma en la campiña; y sólo turba el silencio de aquella soledad la voz de una mujer que, desde el fondo de la calleja, canta á grito pelado: «Á las Indias van los hombres, á las Indias por ganar: las Indias aquí las tienen si quisieran trabajar

Pero, sin pensarlo, daba una intención lúbrica y cínica a su mirada, como una meretriz de calleja, que anuncia su triste comercio con los ojos, sin que la policía pueda reivindicar los derechos de la moral pública. La boca muy abierta y desdentada seguía a su manera los aspavientos de los ojos; y Celedonio en su expresión de humildad beatífica pasaba del feo tolerable al feo asqueroso.

En la calleja de Traslacerca les esperaba Ronzal. La mañana estaba fría y la helada sobre la hierba imitaba una somera nevada. En la carretera de Santianes les esperaba un coche; dentro de él estaba Benítez, el médico de Ana. Al verle don Víctor palideció, pero en nada más se pudo notar su emoción. Llegaron, sin hablar apenas durante el viaje, a las tapias del Vivero.

Y diciendo esto sacó su espada del desarme, se retiró dos pasos del otro, que había quedado inmóvil, y luego se embozó y tiró la calle adelante por donde había desaparecido la tapada. El vencido quedó solo, inmóvil; un momento después de haberse alejado su generoso vencedor, relumbraron luces en una calleja y adelantó un hombre, á quien seguían otros cuatro.

La casa de que Julia le hablara era la de los duques de Barbacana, una de las más antiguas y señoriales de Madrid, un edificio de mediados del siglo XVIII, caserón destartalado, con honores de palacio, formando esquina con una calleja inmediata y rodeado de altas tapias, tras las cuales se alzaban unas cuantas acacias. «No cabe duda se dijo , la casa de los de Barbacana.

Palabra del Dia

reclinándose

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