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Actualizado: 1 de julio de 2025


Liberal aunque barbero; que yo no soy cualquier vende-humos, sino un ciudadano honrado y liberal como cualquiera. Pero miren á estos realistones: ahora han cambiado de casaca. Después que con sus delaciones tenían las cárceles atarugadas de gente; se agarran á la Constitución, y ya están en campaña como toro en plaza, dando vivas á la libertad. Señor Calleja, usted es un insolente. ¡Servilón!

¡Qué es eso de bárbaros! exclamaron con furia los que más cerca estaban, volviéndose hacia los amigos con tanto interés, que hasta el mismo Calleja dejó la ciencia por salir en defensa de la Corporación. ¿Qué es eso de bárbaros, caballeriles? ¿Quiénes son esos pelandingues? dijo uno. Este es el aragonés que nos rezó el rosario esta noche. ¡Qué modo de hablar!

En casa de ésta se encontraban una o dos veces a la semana. El conde entraba por una puertecita trasera que daba a cierta calleja, a primera hora de la tarde, cuando los vecinos estaban comiendo. Esperaba lo menos dos o tres horas. Pero no bastándole esto, todavía ideó la entrada por la tribuna de la iglesia de San Rafael.

En esto Calleja, que parecía tener gran autoridad entre aquella gente, se agarró al brazo de Elías, y exclamó, riendo con la desenfrenada hilaridad de la embriaguez: "Ven, bravucón, ven con nosotros. Ciudadanos prosiguió, volviéndose á los otros: éste es el gran Coletilla, el mismo Coletilla. Seremos amigos. Nos va á presentar al Rey constitucional para que nos haga...."

«¡Es Álvaropensó don Víctor, y se echó el arma a la cara. Mesía estaba quieto, mirando hacia la calleja, inclinado el rostro, atento sólo a buscar las piedras y resquicios que le servían de estribos en aquel descendimiento. «¡Es Álvaropensó otra vez don Víctor, que tenía la cabeza de su amigo al extremo del cañón de la escopeta.

Empezaba á impacientarse y á dirigir mentalmente acusaciones á Mauricio, cuando, al sonar la hora en la iglesia del pueblo, se oyó un paso ligero que rompía el pesado silencio de la calleja. El que se aproximaba no venía por la plaza, sino por detrás de Herminia, del lado del bosque. La joven pensó: "¿Seré tonta? ¿Cómo podía haber atravesado todo el país?

Fué un gran poeta francés que, hace muchos años, una noche lúgubre de enero, se fué de la vida, ahorcándose del hierro de un tragaluz, en la horrible y sucia calleja de la Vieille Lanterne, en un rincón del París de los apaches y de las buscadoras de amor.

Nuestros tres amigos y Lázaro salieron de los últimos y se acercaron por curiosidad al grupo que Calleja había formado. Entre tanto, el barbero pasó en dos zancajos á la otra acera, y se acercó á la puerta de su casa. Su mujer salió á encontrarle. Ciudadano, ¿has hablado? le dijo. No, ciudadanita mía. No puede ser esta noche; pero lo que es mañana, ó hablo, ó me corto la lengua.

Quevedo se puso en medio de la calleja, y desnudó la daga y la espada. Hemos dicho que la noche era muy obscura. Defendéos ú os mato dijo Juan Montiño á dos pasos del que había salido por el postigo. Volvióse éste y desnudó los hierros. ¿Y por qué queréis matarme? dijo. Juan le contestó con una estocada. ¡Ah! vos sois el mismo de antes dijo don Rodrigo, que él era.

Los curiosos se paraban ante la Fontana; salían los tenderos á las puertas; el barbero Calleja, que se hacía llamar ciudadano Calleja, estaba también en su puerta pasando una navaja, y contemplando el club y á sus parroquianos con una mirada presuntuosa, que quería decir: "si yo fuera allá...." Algunas personas se acercaron á la barbería formando corro alrededor del maestro.

Palabra del Dia

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