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Actualizado: 1 de julio de 2025


Tal vez era una buena persona; así lo creía Rafael cuando pensaba en aquel lejano período de su vida; pero aún tenía presente el susto que experimentó siendo niño, al encontrar en una calleja al terrible doctor, que le miró con sus ojos de brasa acariciándole las mejillas bondadosamente, con una mano que al arrapiezo le pareció de fuego.

Al dar las doce, se oyeron pasos en la calleja, apareció un bulto, y se detuvo debajo de la reja donde estaba asomada la duquesa. Esta, temblando, dejó caer la carta. El bulto la recogió, y la dijo con voz desfigurada: Mañana te contestaré, adorada mía; á las doce echa un cordón donde yo pueda poner mi carta. Y cuando la duquesa, atropellando por todo, iba á contestar, el bulto desapareció.

La gente, viendo que la fuerza armada seguía oculta en los cuarteles, corría a encerrarse en sus casas, exagerando la importancia de la invasión, creyendo que eran millones de hombres los que ocupaban las calles y los alrededores de la ciudad. Un grupo de cinco braceros tropezó en una calleja con un señorito.

Los socios comenzaron á salir; pero aquella fracción ignorante y turbulenta, que ocupaba siempre uno de los rincones del café, no creyó conveniente salir sin decir algo. Calleja subió á una silla y gritó, dirigiéndose á los suyos. ¡Señores, serenata á Morillo! La idea fué acogida con estrépito. Morillo era el Capitán general de Castilla la Nueva.

7 Hacer fineza el desaire, del licenciado Diego Calleja. 8 Encontráronse dos arroyuelos, de D. Juan Vélez. 9 La Virgen de la Fuencisla, de D. Sebastián de Villaviciosa, D. Juan de Matos y D. Juan de Zavaleta. 10 El honrador de sus hijas, de D. Francisco Polo. 11 El hechizo imaginado, de D. Juan de Zavaleta. 12 La presumida y la hermosa, de D. Fernando de Zárate.

Cada vez que resonaba un reloj á lo lejos, el corazón de doña Ana cesaba de latir; cada vez que resonaban pasos en la calleja á donde daba el postigo de su casa, una ansiedad mortal la devoraba. Los pasos se acercaban, llegaban, se alejaban. No era el rey. Al fin, dieron á lo lejos las doce de la noche.

En el momento en que vuelva de avisar al médico de la señora duquesa. Dióle un vuelco el corazón al duque, pero temeroso de comprometer á doña Juana, no preguntó ni una sola palabra más al lacayo, y recomendándole que concluyera pronto, se fué á esperar á la calleja. Pasó más de una hora. Al fin el duque sintió abrir una de las maderas de una reja y luego un ligero siseo de mujer.

Así no se podía vivir, con aquel cañón que pesaba quintales, mundos de plomo y aquel frío que comía el cuerpo y el alma no se podía vivir.... Mejor suerte hubiera sido estar al otro extremo del cañón, allí sobre la tapia.... , ; él hubiera cambiado de sitio. Y eso que el otro iba a morir». «Era Álvaro, ¡y no iba a durar un minuto! ¿Caería en el parque o a la calleja?...».

En una ocasión de aquéllas, al sentir en su pecho la respiración soñolienta de la mujer, díjola con melancólica dulzura: Y pensar, Aixa, que vendrá, tal vez, un día en que al encontrarnos por alguna calleja nos miraremos con odio. Será o no será respondió la sarracena. Los destinos van colgados de nuestro cuello.

"Ciudadano Calleja dijo aquella señora en tono muy reposado, no emplees tus armas contra ese pelón, que se pudre á todo podrir: guárdalas para los tiranos." Calleja cerró, pues, la navaja, y la guardó para los tiranos. Don Gil se apartó de allí, llevado por algunos amigos, que quisieron impedir una catástrofe; y poco después, el grupo que allí se había formado quedaba disuelto.

Palabra del Dia

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